jueves, 11 de junio de 2015

María Antonia de la Macorra




¿Qué boda estaría completa sin la tradicional foto de los recién casados? Ambos posando triunfales e impecables avalando el enlace ante el flash: la novia con sonrisa modesta, vestido blanco, fino y recatado, el velo que llega hasta el suelo en caída libre, el delicado ramo de flores, el rosario y los zapatos también blancos. En contraste, el novio con traje negro y elegante corbata, guantes en mano, flor en la solapa, calzado lustroso y rostro serio, delimitado por los finos anteojos.
Esta descripción podría ser la de cualquier pareja nupcial; sin embargo, detrás de la fotografía de boda de María Antonia de la Macorra y Franz Mayer, tomada en la ciudad de México el 16 de octubre de 1920, se escondía una mirada experta que seguramente tenía plena consciencia sobre la importancia de aquella foto, ya que además de coleccionista, Mayer fue un buen fotógrafo que sabía de antemano que una imagen no representa solamente un instante, sino que también es una prueba contra el tiempo, un desafío materializado. Y la fotografía de un enlace matrimonial en realidad lo es todavía más, porque es una apuesta confiada al futuro, una osadía que lleva implícito el “Y vivieron felices para siempre”, en el más mínimo detalle.
Empero, conocemos a Mayer como el alemán que adoptó a México como su hogar, heredándonos su magnífica colección de arte, ¿pero qué podría existir detrás de la mirada o de la delicada sonrisa de la novia?, ¿quién fue María Antonia de la Macorra?
María Antonia nació en 1896, en la ciudad de Murcia, España, y perteneció a una familia acaudalada de origen español con la que vivió una infancia tranquila. Al crecer, desarrolló una afición por la literatura, en especial por el teatro y la poesía, ya que se interesó en las obras de dramaturgos como José Zorrilla y de poetas como Ramón de Campoamor y Gustavo Adolfo Bécquer. Fue una mujer culta e inteligente que nunca tuvo dificultad para aprender otros idiomas, ya que hablaba y escribía en inglés, alemán y francés con la misma fluidez con la que lo hacía en español, herencia de la idea del virtuosismo femenino del siglo XIX. De igual forma, gustaba de la moda, la cocina y los viajes, por lo que al lado de su esposo tuvo la oportunidad de conocer culturas distintas, admirando lugares y paisajes inusitados. Aunque Mayer comenzó su colección en 1919, alrededor de 1923 ésta aumentó considerablemente en gran medida debido a los viajes e intercambios con María, quien sin duda debió incentivar su gusto por coleccionar.
Al igual que su esposo, María tuvo sus pequeñas colecciones personales en las que predominaba el mobiliario, los objetos decorativos (sobre todo realizado con marfil y cristal) y una joyería altamente valuada en la que sobresalían las alhajas labradas en plata y oro, con incrustaciones de perlas, brillantes, zafiros y rubíes.
Por desgracia, la enfermedad fue otra de las grandes protagonistas en su vida, se contagió gravemente de malaria. A la par, padeció de constantes cuadros de depresión y falta de apetito, por lo que tuvo que estar bajo revisión médica e incluso tuvo que recluirse por largos periodos en sanatorios ubicados tanto en México como en el extranjero. María Antonia murió a los 32 años de edad en Múnich, y un año antes se divorció de Franz Mayer. Quizá la lección de esta historia sea que la apuesta por un futuro en pareja siempre acarreará sorpresas inesperadas; sin embargo, la valentía que conduce la ilusión siempre será eterna; para muestra una imagen, la fotografía de su matrimonio. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario