domingo, 7 de junio de 2015

¿Quién es el poeta moderno?

El poeta moderno no es un patriota, como Quintana o Mickiewicz, que sólo lamenta los males de la patria y encamina los pueblos a las revoluciones; ni un soñador, como Lamartine, perdido siempre en el azul; ni un didáctico, como Virgilio o Delille, que pone su talento poético al servicio de artes inferiores; ni un moralista como Milanés entre nosotros, que trata de refrenar en verso los vicios sociales; sino un neurótico sublime, como Baudelaire o Swinburne, mitad católico y mitad pagano; o un nihilista como Leconte de Lisle o Leopardi, que no ve más que la esterilidad de los esfuerzos humanos, ni aspira más que a disolverse en el seno de la nada; o un blasfemo, como Carducci o Richepin, que escupe al cielo sus anatemas; o un desesperado como Alfredo de Vigny, que lanza incesantemente contra la naturaleza gritos de rebelión; o un analista cruel, como Sully-Prudhomme o Paul Bourget, que nos crispa los nervios; o un pintor, como Teodoro de Banville o José María de Heredia, que sólo ve formas y colores; o un músico como Mallarmé, que asocia la harmonía de la idea a la harmonía de las palabras; o un alucinado, como Poe o Villiers de L’Isle-Adam, que nos comunican sensaciones inexperimentadas; o un satiriásico, como Catulle Mendès o Alejandro Parodi, que sólo canta la belleza carnal de las ninfas antiguas o de las hetairas modernas; o un gran subjetivista, como Heine o Bécquer, "que de sus grandes dolores hace canciones pequeñas". 
Creo que se puede ser todavía lo que fueron los primeros escritores que acabo de mencionar, como lo ha sido el más popular de nuestros poetas, pero a condición de que el ropaje de las ideas tenga mucho valor artístico, toda vez que la forma es la única que salva ciertas vulgaridades y la que ha llegado a su grado máximo de perfección en nuestros días. Quien esté identificado con los poetas modernos, si abre el libro de Fornaris, se le caerá de las manos, porque sólo descubrirá allí un enamorado o un patriota que presenta sus ideas, lo mismo que sus sentimientos, bajo una forma que no le llegará a satisfacer. El concepto que ha formado ese lector, tanto del amor como del patriotismo, difiere mucho del que revela el autor de la obra que comienza a leer. Y si no busca un mero pasatiempo en la lectura, sino un eco de sus propios sentimientos o un reflejo de sus propias ideas, cerrará al instante la obra, yendo a refugiarse en una cualquiera de sus autores favoritos. 
Hoy se piensa, en general, que el amor es sólo una sensación de la carne, que debemos procurarnos, o una enfermedad del espíritu, que debemos combatir. El tipo de la mujer, en la literatura moderna, no está menos desfigurado. Se la presenta hermosa, pero pérfida; enamorada, pero voluble; sensible, pero estúpida; adorable, pero funesta. Si se la eleva hasta las nubes, se le arroja de seguida en el arroyo. En vez de alma se le ponen nervios. Unas veces se la adora como a una deidad y se la trata otras como a una bestia. Alfredo de Vigny la ha definido, en su poema “La cólera de Sansón”, tal como se la pinta hoy, diciendo: 
La Femme, enfant malade et douze fois impur.
Tampoco se cree que el patriotismo consista en encender la llama del odio en la muchedumbre y arrastrar los pueblos, por medios artísticos, a los campos de batalla, sino más bien se deduce que estriba en dejar que broten en el suelo de la patria, a la sombra del árbol de la paz, las fuentes de riqueza, necesarias para el engrandecimiento de las bellas artes. La forma de los versos de Fornaris tampoco satisface a los modernistas, los cuales le pedirán un poco más de arte, a cambio de menos espontaneidad. Hasta por los metros que emplea, se conoce que su maestro ha sido Quintana, hueco, vulgarote e insulso rimador de lugares comunes. Encontrarán las estrofas claras y sonoras, pero nada más. Dentro de algunas creerán oír estruendos de cascada y ver reflejos metálicos. Hallarán que el poeta se remonta algunas veces a la altura de las águilas y que otras, pasa rozando el suelo como una golondrina fatigada de volar. Las poesías que el poeta amaba más serán las que menos le agraden, pero también las que le proporcionarán, de cuando en cuando, la sensación de las cosas sencillas, gustada en la infancia y no sentida después.
Si hubiera de representar, por medio de una imagen, la obra entera del poeta bayamés, tal como aparece en el volumen definitivo que dejó a las generaciones del porvenir, diría que la concibo bajo la forma de una casa rústica, mitad de piedra, mitad de madera levantada, en medio de una ciudad sobre dos bases sólidas; el amor y el patriotismo. Dentro de la casa está siempre un poeta anciano, de rostro sonrosado y de cabellos blancos, que sonríe a las doncellas que pasan, adora entrañablemente a sus nietos y los educa para que liberten a la patria de sus cadenas. El bardo, en horas de tristeza, convoca con una flauta de caña silvestre, más bien que con un clarín de bronce, la sombra de los primeros habitantes de su país. Hay días en que se entretiene en cortar las flores de su jardín o en oír el canto de sus pájaros. ¿Morirá el anciano de soledad? Creo que no. Mientras los dos sentimientos que le sirven para inspirar admiración, no se borren por completo del alma humana, habrá mujeres que vayan a consolarlo, adolescentes que entren a oír sus cantos y escépticos que acudan a recalentarse a su lado en ciertos instantes, guareciéndose del frío que reina en la atmósfera y de las sombras que enlutan el firmamento azul.

Fragmento tomado de VIII JOSÉ FORNARIS, contenido en "Bustos y Rimas" de Julián del Casal.

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