sábado, 23 de mayo de 2015

BIENVENIDA A LA UNIVERSIDAD DEL CLAUSTRO DE SOR JUANA (crónica)

Te levantas un lunes muy temprano para ir a estudiar a tu bonita universidad privada, sientes el cuerpo pesado, también la cara, los párpados. Te metes a bañar y el agua fría no te despierta, el sorbo de café quemado y el yogurt con fresas caduco que has comido tampoco lo hace; sales de tu casa y las calles están vacías, el viento helado que rompe en tu cuerpo casi logra que despiertes, sin embargo sigues arrastrando los pies, sigues mirando hacia abajo y los bostezos no desaparecen.
Así llegas hasta el metro y la búsqueda del boleto para ingresar te implica un terrible esfuerzo, también una especie de alerta, pero al concluir con la operación todo regresa a piloto automático. Bajas en la estación Pino Suárez y regresa esa sensación de alerta, y regresa porque al subir por las escaleras te estrellas contra un viejito que trae bastón, le pides disculpas y recuerdas que tienes articulación, voz.
Sales de la estación y caminas por Izazaga, el olor de un tamal que una señora está friendo en un puesto hace crujir tu estómago, el señor del periódico que está acomodando el Alarma y el H Extremo hace que tus ojos comiencen a abrirse; cruzas la calle y el silbato del policía vibra en todo tu cuerpo, también los cláxons y los motores de los autos. En sentido opuesto al tuyo comienzas a visualizar a un montón de gente con pancartas y altavoces, a medida en que caminas el número de personas crece y crece; paras en seco y ahora así abres por completo los ojos, los oídos, la mente, los poros del cuerpo… necesitas saber qué es lo que toda esa gente está pidiendo, entonces no vuelves a avanzar hasta que lees y escuchas las palabras PAZ, JUSTICIA, IGUALDAD. Y es que tú también quieres gritarlas y exigirlas, la cuestión es que aún no has sabido cómo.
Cruzas una última calle y te encuentras con tu universidad, ese bello claustro que alguna vez fue el hogar de una de tus escritoras favoritas. Ya estás a unos pasos de ingresar cuando te encuentras con un mendigo, parece que sangra de la cara y duerme sobre cartón y periódico, la pared de la universidad le sirve de cabecera; entonces sientes un profundo malestar, un zumbido en la sien, un sentimiento de incomodidad, de resentimiento, y una sensación de  inmundicia que nuevamente no resuelves, porque no sabes qué hacer con todo eso.
Comienza a latirte muy rápido el corazón y es así como finalmente ingresas a tu universidad pulcra y privada. Mientras caminas por las ruinas, los salones y los patios, consigues respirar y calmar el pecho. Finalmente vas comprendiendo que ese camino, que ese trayecto por el centro, en realidad te ha hecho estar presente, te ha hecho cobrar conciencia una vez estando adentro, porque ya no estás nada más tú, paradójicamente has salido de la comodidad de tu propia privacidad, de tu propio centro.


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