Al principio del
cuento “La extraña”, podemos encontrar
referencias a conflictos de guerra, en donde se mencionan al padre y al hermano
de Katharina, quienes habían fungido como coronel y teniente respectivamente en
un regimiento de artillería en la campaña de Bonsia. Primero que nada,
poniéndonos en contexto con el autor Arthur Schnitzler (1862-1931), es
importante recalcar que le tocó vivir el final de un siglo bastante fatídico y
el inicio de otro que no vislumbraba grandes mejoras. Viena, su lugar de origen,
era considerado un centro cultural importante en Europa y pasaba por una
notoria crisis social, en donde la sociedad se asfixiaba con valores
nacionalistas oprimentes y moralistas, como en casi toda Europa.
La historia de los
familiares de Katharina resulta trágica pero a la vez realista cuando prestamos
atención al contexto histórico en el que se desarrolla el cuento. Sin embargo
las extrañas premoniciones de Katharina abren otro panorama totalmente
distinto, y es que aquí cabe señalar que quizás como contraparte a las
tonalidades grises y nostálgicas que brindaron las guerras, también comenzaron
a gestarse interesantes estudios científicos sobre siquiatría y sicología que
revolucionarían para siempre la concepción que se tenía sobre la sique humana,
y Schnitzler fue parte de esto ya que hizo carrera como médico y fue muy amigo
de Freud; por lo que es claro que logró dotar a sus personajes de una
complejidad sicológica nunca antes vista, introduciendo por primera vez la
técnica del monologo interior en la literatura alemana como nos indica su
amable biografía.
Esta ventana de la
sique que se abre como contraparte al estancamiento social que deja la guerra
en realidad no nos resulta nada amable, ya que al derivar de ella, finalmente
tampoco regala luz, color, o ilusión alguna; sin embargo nos deja una lupa de
gran aumento y esto es evidente en el personaje de Albert, quien se hace a la
fuerza víctima de su propio destino a pesar de que lo ve y lo comprende todo.
Encuentro en este
pesimismo una clara referencia al Amor cortés, este utópico amor estético clave
en la literatura medieval y que después sería analizado por Freud, Lacan y
seguramente también por nuestro querido autor Schnitzler. Al principio Albert
sólo ve en Katharina su propio reflejo y se obsesiona con él, y aquí entra el
juego de las estatuas con el que cierra el autor; no obstante Albert tiene la
dicha de ver su propia representación: logra verse en Katharina, quien a su vez
estaría viéndose a sí misma en la estatua, por lo que la muerte es naturalmente
el necesario despertar de nuestro personaje, quien es plenamente consciente de
que puede ser reemplazado sin problema alguno por otra estatua.
Sin embargo me causa
inquietud la manera en que es planteado el personaje femenino, como un instrumento
malévolo que al final nisiquiera es investigado a profundidad, como diría
Zizek: “Lacan habla de la mujer como ésta aparece reflejada en el discurso
masculino, sobre su reflejo distorsionado en un medio que le es extraño, nunca
respecto a la mujer como es realmente: para Lacan, como lo había sido para
Freud anteriormente, la sexualidad femenina continua siendo un “continente
extraño”. Y creo que
Schnitzler hace un poco lo mismo y no le da la menor importancia.
Finalmente esa lupa
de aumento doloroso que nos brinda este cuento, esa sicología con la que se
dota a los personajes, es lo que constituye y enriquece a la literatura moderna
creando un parteaguas.
Se agradece la pulcra
traducción.
Bibliografía: Schnitzler, Arthur, “La extraña”, Viena, 1902.
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