miércoles, 20 de mayo de 2015

Crítica literaria del cuento “La extraña” de Arthur Schnitzler

Al principio del cuento “La extraña”,  podemos encontrar referencias a conflictos de guerra, en donde se mencionan al padre y al hermano de Katharina, quienes habían fungido como coronel y teniente respectivamente en un regimiento de artillería en la campaña de Bonsia. Primero que nada, poniéndonos en contexto con el autor Arthur Schnitzler (1862-1931), es importante recalcar que le tocó vivir el final de un siglo bastante fatídico y el inicio de otro que no vislumbraba grandes mejoras. Viena, su lugar de origen, era considerado un centro cultural importante en Europa y pasaba por una notoria crisis social, en donde la sociedad se asfixiaba con valores nacionalistas oprimentes y moralistas, como en casi toda Europa.
La historia de los familiares de Katharina resulta trágica pero a la vez realista cuando prestamos atención al contexto histórico en el que se desarrolla el cuento. Sin embargo las extrañas premoniciones de Katharina abren otro panorama totalmente distinto, y es que aquí cabe señalar que quizás como contraparte a las tonalidades grises y nostálgicas que brindaron las guerras, también comenzaron a gestarse interesantes estudios científicos sobre siquiatría y sicología que revolucionarían para siempre la concepción que se tenía sobre la sique humana, y Schnitzler fue parte de esto ya que hizo carrera como médico y fue muy amigo de Freud; por lo que es claro que logró dotar a sus personajes de una complejidad sicológica nunca antes vista, introduciendo por primera vez la técnica del monologo interior en la literatura alemana como nos indica su amable biografía.
Esta ventana de la sique que se abre como contraparte al estancamiento social que deja la guerra en realidad no nos resulta nada amable, ya que al derivar de ella, finalmente tampoco regala luz, color, o ilusión alguna; sin embargo nos deja una lupa de gran aumento y esto es evidente en el personaje de Albert, quien se hace a la fuerza víctima de su propio destino a pesar de que lo ve y lo comprende todo.
Encuentro en este pesimismo una clara referencia al Amor cortés, este utópico amor estético clave en la literatura medieval y que después sería analizado por Freud, Lacan y seguramente también por nuestro querido autor Schnitzler. Al principio Albert sólo ve en Katharina su propio reflejo y se obsesiona con él, y aquí entra el juego de las estatuas con el que cierra el autor; no obstante Albert tiene la dicha de ver su propia representación: logra verse en Katharina, quien a su vez estaría viéndose a sí misma en la estatua, por lo que la muerte es naturalmente el necesario despertar de nuestro personaje, quien es plenamente consciente de que puede ser reemplazado sin problema alguno por otra estatua.
Sin embargo me causa inquietud la manera en que es planteado el personaje femenino, como un instrumento malévolo que al final nisiquiera es investigado a profundidad, como diría Zizek: “Lacan habla de la mujer como ésta aparece reflejada en el discurso masculino, sobre su reflejo distorsionado en un medio que le es extraño, nunca respecto a la mujer como es realmente: para Lacan, como lo había sido para Freud anteriormente, la sexualidad femenina continua siendo un “continente extraño”. Y creo que Schnitzler hace un poco lo mismo y no le da la menor importancia.
Finalmente esa lupa de aumento doloroso que nos brinda este cuento, esa sicología con la que se dota a los personajes, es lo que constituye y enriquece a la literatura moderna creando un parteaguas.
Se agradece la pulcra traducción.



Bibliografía: Schnitzler, Arthur, “La extraña”, Viena, 1902.

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