miércoles, 20 de mayo de 2015

CUENTOS DE POLVO ENTRE LOS DEDOS

Segundos de transición entre la vida y la muerte


Flotaba un martes por la noche desnuda por las azoteas, no había que dar brincos vertiginosos cuando pasaba de casa a casa, no sentía la vida corriendo por mis venas, ni el viento soplando en mi cara o en mi sexo. Pero algo me decía que tenía que sentir, como si fuese un deber inminente aunque lejano a mi percepción. Como si lo hubiese leído en algún libro.

Siempre he creído que el ser humano no vive una muerte única e irrepetible. En realidad vive varias a lo largo de su vida; pero de pronto resultan imperceptibles a su propio ojo, a su ojo humano.

Flotaba un martes por la noche desnuda por las azoteas, cuando de pronto un tropezón me sacudió mientras saltaba de casa en casa, sentí de súbito la gravedad en mi cuerpo, la pesadez en mis pies. Sangre brotó de mi dedo más pequeño, la vida me palpitaba por aquel pedazo de carne que amenazaba con explotar mientras el viento lo helaba al mismo tiempo. Grité.

El ojo que se desfasa del camino, el ojo que no alcanza al cuerpo, que rebasa al pensamiento y que se queda contenido en un instante etéreo equiparable al sueño fatídico. Esta son las verdaderas muertes, pequeñas, casi imperceptibles, pero que quedan retumbando como ecos del presente sobre  todos los rincones, como fantasmas esperando el impacto de la bolsa de harina que roba sigilosamente un niño de la alacena de sus padres.

Flotaba un martes por la noche desnuda por las azoteas, cuando el grito sacudió las grietas del suelo vertiendo sangre sobre ellas. El grito sacudió también los tendederos de alambre haciendo caer las ropas que después de tocar el suelo, volaron vertiginosamente al compás del viento. El ojo de un gato presenciaba todo el espectáculo.

Explosiones seculares, aleteos del ojo, fisuras en movimiento, grietas, vértigo, poesía en movimiento, piezas de un rompecabezas que te recuerda la vigencia del motor, un motor que se alimenta del combustible de tus entrañas.

Flotaba mi sombra un martes por la noche desnuda por las azoteas. Mi cuerpo bailaba junto con el gato y ambos admiraban el bello espectáculo. Mientras tanto yo dormía junto a ti.

Una verdadera historia se teje cuando todas las partes desconocidas se vuelven uno mismo. Vivir a partir de la muerte.

Desperté sola un miércoles por la mañana y me dispuse a caminar desnuda por el pavimento con los rayos del sol pegándome en la espalda. Con cada paso me voy derritiendo al compás de un cucú que construye mi realidad.

La realidad son las entrañas de un gato pardo que degustamos en conjunto todas las tardes. Costumbre maldita de valuar el alimento como una cuestión de vida o muerte.

De vez en vez, mi sombra se escapa para bailar con la luna, pero siempre regresa por la madrugada, cuando el viento sopla más afanoso silbando su melodía de guerra.


Rosita



Recuerdo cuando varios miembros de la familia vivíamos bajo un mismo techo y mi padre me despertó un sábado muy temprano en la mañana antes de que todos nos levantáramos, yo tendría unos trece años.
Abrió la puerta de mi cuarto y se asomó sigilosamente, hablaba muy bajo y no lograba entenderle muy bien, cuando traté de preguntarle que quería y le pedí que hablara mas fuerte, enloqueció y me pidió silencio, y entonces me di cuenta por su cara que no quería que nadie mas en la casa se enterara de lo que quería decirme, (supuse que en concreto mi prima y mi tía, que tenían sus cuartos al lado del mío), seguro se trataba de algo muy importante.

Me pidió que saliera del cuarto con él, estaba agitado y emocionado como si fuera otro compañero mas con los que acostumbraba jugar en la escuela y me dio tanta curiosidad que decidí olvidarme del sueño que tenía y me dispuse a seguirlo, cruzamos el pasillo de puntillas y entramos a su cuarto (mismo que antes había sido el de mi abuelo), cerró la puerta y caminó rápidamente hasta el fondo en donde se encontraba un ropero viejo que estaba al lado de un closet, se agacho y me señaló algo que estaba ahí escondido debajo del ropero, me agache y entonces con sus manos temblorosas comenzó a sacar poco a poco un pequeño maletín de piel color café ya muy maltratado y manchado. Me dio la impresión de estar frente a una reliquia realmente hermosa, me pidió que la abriera y con mucho cuidado levante los broches que tenia a los lados y comencé a imaginar todo lo que podría encontrarme ahí adentro, ¡pensé en monedas de oro!, ¡fotografías antiguas!, ¡un artefacto extraño!, ¡un dedo en formol!, pensé en muchas cosas, pensé en todo menos en lo que en realidad se encontraba ahí adentro…

Cual feto muerto se asomaba una frágil, sucia y pequeña muñeca de porcelana. La levante y me di cuenta que cabía casi completa en mi mano, al observarla con detalle salió a relucir el delicado vestidito tejido color azul que llevaba puesto junto con unos zapatos de charol negros muy brillantes a pesar del polvo que los cubría, (y que por cierto no le combinaban en lo absoluto), también llevaba unas calcetas grises con encaje que supuse habían sido blancas en algún momento. Su cabello era rubio aunque en partes estaba cenizo también por el polvo y estaba peinada con dos trencitas sujetadas por unos cordoncitos blancos. Un ojo ya lo había perdido y se encontraba vagando adentro del delicado cuerpecillo, pude percatarme de esto porque se escuchaba un sonidito como el de una canica rebotando; el otro ojo que si conservaba era de un azul vidrioso muy penetrante que causaba una especie de miedo en contraste con su tierna naricilla y su pequeña boca  rosada.

No cabía duda de que aquella muñeca era toda una sobreviviente, pero aun así la observe con indiferencia y se la regrese a mi padre quien triunfante la sentó y trató de acomodarle el vestidito, después también trato de limpiar delicadamente su rostro con un pañuelo, ¡lo hacia con tanta dedicación y cuidado que me pareció de lo mas desagradable!, su cara de fascinación estaba intacta, no la había cambiado siquiera un poco desde que había ido a buscarme al cuarto para enseñármela, entonces ¡llegó a mi la luz! y tuve que hacer lo que cualquier sensata y buena hija debe hacer en un momento así…

Salí a toda velocidad del cuarto en busca de mi tía para contarle sobre la muñeca, y sólo fueron necesarias tres palabras para que en menos de cinco minutos la muñeca le fuera arrebatada bruscamente de las manos a mi padre. Mi tía la saco del cuarto y se la llevo a mi abuela quien derramando dos lágrimas y media contó que la muñeca se llamaba Rosita, que no recordaba como se le había perdido o como había llegado a ella pero que hacia mucho tiempo que no la veía y que era un milagro de Dios nuestro Señor aquel reencuentro, también juro que nunca la volvería a perder porque la había extrañado como a nada en el mundo, pero antes de que mi abuela continuara y soltara la tercera lágrima, mi tía abruptamente alegó que si la vendían probablemente sacarían mucho dinero y entonces mi abuela secándose la lágrima fallida dijo estar de acuerdo le dio un beso a Rosita y la metió en un cajón de su tocador.

A lo lejos pude ver a mi padre asomándose discretamente tras la puerta, supe que no se atrevía a entrar porque sabía que no saldría victorioso de aquel asunto y me volteo a ver con una cara que no supe bien si era de decepción o de tristeza, (seguramente eran las dos) pero era devastadora y entonces vino a mi otra gran revelación, repasando mi historia familiar con un realismo brutal logré ver el daño que había causado. Comprendí que ninguna de las mujeres de mi familia incluyéndome a mi misma, éramos capaces de cuidar de una muñeca como esa y recordé cuando a los cinco años me dedicaba con sumo placer a arrancarle las cabezas a mis muñecas en compañía de mis primas, (¡ternuritas!) y de cómo a mis tías y a mi abuela se les rompían con frecuencia todas las cosas frágiles que se encontraban a su paso, (literalmente iban por ahí tirando todo) y entendí lo que mi abuelo había tratado de hacer manteniendo guardada a esa frágil muñeca de porcelana en aquel maletín y lo que mi padre pretendió hacer instantes antes de que le fuera arrebatada y lo que mi hermano ya no podría hacer porque aquella muñeca que estaba a punto de venderse, extraviarse, romperse o algo peor.

¡En que horrenda traidora me había convertido!, ¡que porquería de persona era capaz de hacer algo así!… En eso estaba pensando cuando recordé que es malo autoflagelarse y que de todas formas no debía existir una muñeca mas hermosa ante lo ojos de mi padre que yo,  aparte ¿De que sirve una muñeca vieja y frágil en un maletín, si no es para ser destruida? ¡Aquella muñeca merecía ser libre!


Coatza



Fueron veintiún dedos arrugados y tres ojos rojizos, en conjunto fue todo mi cuerpo apestado de cloro. Nunca he estado más limpia, lástima que cada día que pasaba me iba ennegreciendo.

   Sé que esa rueda gigantesca y amarilla que no deja que la miren es algún familiar mío, de menos sé que es un amigo, ya sé, seguro que es mi padre. Un cocodrilo en el centro del azul más profundo brilla tanto que parece que va a reventar. No le tengo miedo, cuando lo toco hago música con su piel de globo.

   A lo lejos se escuchan unos ruidos que taladran los sesos, son indescifrables, insistentes, caóticos, coléricos (discúlpenme, en realidad yo no hablaba así a los 4 ó 3 años, es esta mezcla de lo arcaico con lo nostálgico la que tiene la culpa). Es bandido, a él no lo quiero, a él si le tengo miedo.

—        ¿Mamá por qué bandido no es como mi cocodrilo?
—        Porque uno es de plástico mi amor y el otro es de carne y huesos.
—        ¿Y el sol mamá?, ¿el sol de qué está hecho?...



Las partes que no gustaban ser del todo



¿Cómo lograr concebir el cascaron como algo propio y cómo sentir genuinamente que se es poseedor de ese caparazón?, ¿Cómo asegurarse de que aquella delicada corteza es capaz de acatar nuestras órdenes?, y lo más importante de todo, ¿De quién provienen esas órdenes?
   Nunca se lo había preguntado, simplemente no había necesidad. La disociación entre eso que ella concibe como «cuerpo» y eso que llama «mente» ya era una raíz profunda que había logrado asentarse durante los segundos más inverosímiles.
    Cuándo se dice que no hay culpables, es porque probablemente el número de los mismos sea tan infinito que ha logrado desbordar las imágenes, los recuerdos, las palabras, las conjunciones, los puentes, e incluso a los mismos números.
   Es por esta razón que ella no recuerda, ni tiene memoria alguna de lo que concierne a su situación menos inmediata; y por esto, mientras tanto yo estoy aquí, sudando frío, tratando de hacerlo todo por ella.
   Si me lo permiten iré paso a paso, no es un asunto fácil, no soporto la humedad, pero heme aquí en la desgracia de este instante completamente empapada, chapuceando, y tratando de unir piececitas de un rompecabezas que honestamente no sé cómo voy a secar después.
   «Tal vez perdiéndole el miedo al agua» me diría ella a manera de consejo. No se puede  negar que la inconsciencia está siempre perfumada con un toque de… de… de… como sea.
   El primer culpable de lo que podríamos catalogar como «su situación», sería el hambre, aunque es un juicio injusto ya que el hambre no es una persona y esto rompe con lo que estamos acostumbramos a juzgar, pero es que básicamente el hambre hoy en día es una foto del National Geographic, pero la realidad es que no es un hueso, no es un cuervo, tampoco es un niño. Pero como lo importante aquí es ver, ver y nada más, puedo decirles que aquí estoy viendo en esta piececita que flota, un enorme grano de maíz, y es uno muy amarillo aunque a la vez transparente, le reconozco el germen, el pericarpio, el endosperma y todo en conjunto se mimetiza con su madre, con la madre de ella claro está.
   ¿Por qué los granos de maíz se parecen tanto a los dientes de nuestra madre? Me pregunto ella cierto día. Fue mejor ignorarle.
   Por ahí se dice que uno puede acostumbrarse a sentir hambre, no hay aseveración más falsa, una vez que se prueba bocado simplemente no hay vuelta atrás, cuando te haga falta sólo hallaras dolor y espasmo abdominal. Y si no, pregúntenle a esta imagen que es casi una radiografía en forma de grano de la madre desnutrida, severamente desnutrida. También podrían preguntarle al niño de la foto del National Geographic, pero definitivamente lo más pertinente seria preguntarle primero a la madre.
   El segundo culpable es sin lugar a dudas el alcoholismo, que se supone es una enfermedad, o por lo menos  hasta ahí es donde nos ha dejado ver la ciencia, pero como yo odio todo esto, pueden ustedes juzgarlo de la manera en que más les convenga, yo sólo les presento la imagen de esta otra pequeña piececilla mojada, por no decir envinada. Aquí se ve al padre dormido con la cara llena de arcilla y con una mano ensangrentada, cortada por una botella de alcohol mal sostenida, o mal tomada o mal agarrada; le reconozco el fondo, el cuerpo, el cuello y la corona. No hay duda de que ahora contiene sangre en vez del codiciado cáliz.
   Quisiera hacer aquí un pequeño paréntesis; antes de que alguien ose señalar que es imposible hacerle preguntas a  una imagen y más aún el lograr que ésta conteste, desafiare toda lógica atestiguando que es hondamente posible, así que no validaré replica alguna hasta que esto no sea puesto en práctica por aquellos que están leyendo.
   El tercer y último culpable es difícil de describir, de nombrar e incluso de catalogar. Si se me considerara opinar, en este ser es en quien radica el verdadero horror y la verdadera desgracia, ya que lo genético de algún modo logra sobrellevarse y siempre llega un punto en el que se convierte  en costumbre, en identidad; pero él rompió con esto, fue él quien llegó a cambiarlo todo.
   La madre como era de esperarse fue quien propicio el encuentro entre el ser y ella. Salió desesperada en su búsqueda y lo encontró; pero esto ya no lo contaré yo, por desgracia ya tengo el agua hasta el cuello. Quisiera pedirles ayuda, pero considero que se encuentran lo bastante alejados como para poder hacerlo.

    — Yo siempre permanecí inerte en una cama y eso te encantaba, no sé por qué me obligas a hacer de cuenta que no me he enterado de todo lo que hasta ahora has dicho. Sé que me odias porque lo prefiero a él mil veces antes que a ti. ¡Cien mil veces más a él que a ti!.
    ¡Fue él quien logró despertarme!, porque la dormida eras tú, entérate que la dormida siempre fuiste tú. Nunca serviste para nada y ahora eres mi peor estorbo. Pero si te sirve de doble tortura te vuelvo a repetir lo que de sobra ya sabes… Yo estaba atrofiada, era algo inútil y sin beneficio alguno, no sentía más que una cara que repudiaba mirar en el espejo aunque fuera mi única referencia. Nunca tuve una opción, no pude correr para ser atropellada, no pude pelear para recibir tal paliza que me hiciera quedar así, no pude machacarme a mí misma, no pude saltar al vacío, no pude quemarme, ni siquiera pude encontrarme con la inconciencia de lo que varios consideran un accidente. Nada de nada. Esto a lo que tú llamas condición, fue siempre una miserable imposición.
       Y tú… con todo esto te atreviste a juzgarme, eres una basura, ¡tú quien nunca hizo algo por mí!. Pero nada de eso importa ya, ni tú, ni nuestros padres a quienes niegas y siempre estas juzgando, tampoco esa cama importa, ¡nadie ni nada importa!; porque la vida, mi vida comenzó en el segundo en el que él entró a la habitación, y antes de que pronunciara palabra alguna sé que tú ya lo escuchabas y lo escuchabas claramente, lo supe porque a pesar de que no me dejaste entender ni un poco, mi cara se calentaba y se enrojecía, vibraba como si estuviera a punto de explotar. Era como si centenares de moscos estuvieran carcomiéndome el rostro y este  iba hinchándose a la par que vibraba con un mismo pulso, pero poco a poco esta vibración comenzó a extenderse. Fue entonces cuando el abrió la boca y me dijo: Talitha Qum, Talitha Qum, ¡y tú ya no pudiste evitarlo!, cada vez fue diciéndolo más alto mientras clavaba sus ojos cristalinos en los míos, ¡Talitha Qum!, ¡Talitha Qum! y algo comenzó a ocurrir en mi sexo, en aquello que creía únicamente útil para expulsar y excretar líquidos de forma involuntaria. Pero aquello se convirtió en un motor y ahora sé que aquí radica el verdadero corazón. 
Y ahora este motor me ha hecho igual de fuerte que tú, por eso ya no te temo, ya no eres mi prisión.
   —  Tu prisión es ahora él, alguien ajeno a nosotras, ahora le perteneces a él, ese motor se acabará en cuanto estés a su lado, tus movimientos en realidad son de él y muy pronto tus pensamientos serán también de él, tú no sabes pensar, ¡ya no queda tiempo!
   — Lamento que nunca hayas aprendido a nadar, te morirás allá arriba muy pronto, y créeme, todos esos pensamientos incongruentes no te ayudaran a flotar, por fin seré libre.
   — Cierra la llave, ¡ciérrala ahora!


No hay comentarios:

Publicar un comentario