Segundos de transición
entre la vida y la muerte
Flotaba un martes por la noche desnuda por
las azoteas, no había que dar brincos vertiginosos cuando pasaba de casa a
casa, no sentía la vida corriendo por mis venas, ni el viento soplando en mi
cara o en mi sexo. Pero algo me decía que tenía que sentir, como si fuese un
deber inminente aunque lejano a mi percepción. Como si lo hubiese leído en
algún libro.
Siempre he creído que el ser humano no
vive una muerte única e irrepetible. En realidad vive varias a lo largo de su
vida; pero de pronto resultan imperceptibles a su propio ojo, a su ojo humano.
Flotaba un martes por la noche desnuda por
las azoteas, cuando de pronto un tropezón me sacudió mientras saltaba de casa
en casa, sentí de súbito la gravedad en mi cuerpo, la pesadez en mis pies.
Sangre brotó de mi dedo más pequeño, la vida me palpitaba por aquel pedazo de
carne que amenazaba con explotar mientras el viento lo helaba al mismo tiempo.
Grité.
El ojo que se desfasa del camino, el ojo
que no alcanza al cuerpo, que rebasa al pensamiento y que se queda contenido en
un instante etéreo equiparable al sueño fatídico. Esta son las verdaderas
muertes, pequeñas, casi imperceptibles, pero que quedan retumbando como ecos
del presente sobre todos los rincones,
como fantasmas esperando el impacto de la bolsa de harina que roba
sigilosamente un niño de la alacena de sus padres.
Flotaba un martes por la noche desnuda por
las azoteas, cuando el grito sacudió las grietas del suelo vertiendo sangre
sobre ellas. El grito sacudió también los tendederos de alambre haciendo caer
las ropas que después de tocar el suelo, volaron vertiginosamente al compás del
viento. El ojo de un gato presenciaba todo el espectáculo.
Explosiones seculares, aleteos del ojo,
fisuras en movimiento, grietas, vértigo, poesía en movimiento, piezas de un
rompecabezas que te recuerda la vigencia del motor, un motor que se alimenta
del combustible de tus entrañas.
Flotaba mi sombra un martes por la noche
desnuda por las azoteas. Mi cuerpo bailaba junto con el gato y ambos admiraban
el bello espectáculo. Mientras tanto yo dormía junto a ti.
Una verdadera historia se teje cuando
todas las partes desconocidas se vuelven uno mismo. Vivir a partir de la
muerte.
Desperté sola un miércoles por la mañana y
me dispuse a caminar desnuda por el pavimento con los rayos del sol pegándome
en la espalda. Con cada paso me voy derritiendo al compás de un cucú que
construye mi realidad.
La realidad son las entrañas de un gato
pardo que degustamos en conjunto todas las tardes. Costumbre maldita de valuar
el alimento como una cuestión de vida o muerte.
De vez en vez, mi sombra se escapa para
bailar con la luna, pero siempre regresa por la madrugada, cuando el viento
sopla más afanoso silbando su melodía de
guerra.
Rosita
Recuerdo cuando varios miembros de la
familia vivíamos bajo un mismo techo y mi padre me despertó un sábado muy
temprano en la mañana antes de que todos nos levantáramos, yo tendría unos
trece años.
Abrió la puerta de mi cuarto y se asomó
sigilosamente, hablaba muy bajo y no lograba entenderle muy bien, cuando traté
de preguntarle que quería y le pedí que hablara mas fuerte, enloqueció y me
pidió silencio, y entonces me di cuenta por su cara que no quería que nadie mas
en la casa se enterara de lo que quería decirme, (supuse que en concreto mi
prima y mi tía, que tenían sus cuartos al lado del mío), seguro se trataba de
algo muy importante.
Me pidió que saliera del cuarto con él,
estaba agitado y emocionado como si fuera otro compañero mas con los que acostumbraba
jugar en la escuela y me dio tanta curiosidad que decidí olvidarme del sueño
que tenía y me dispuse a seguirlo, cruzamos el pasillo de puntillas y entramos
a su cuarto (mismo que antes había sido el de mi abuelo), cerró la puerta y
caminó rápidamente hasta el fondo en donde se encontraba un ropero viejo que
estaba al lado de un closet, se agacho y me señaló algo que estaba ahí
escondido debajo del ropero, me agache y entonces con sus manos temblorosas
comenzó a sacar poco a poco un pequeño maletín de piel color café ya muy
maltratado y manchado. Me dio la impresión de estar frente a una reliquia
realmente hermosa, me pidió que la abriera y con mucho cuidado levante los
broches que tenia a los lados y comencé a imaginar todo lo que podría encontrarme
ahí adentro, ¡pensé en monedas de oro!, ¡fotografías antiguas!, ¡un artefacto
extraño!, ¡un dedo en formol!, pensé en muchas cosas, pensé en todo menos en lo
que en realidad se encontraba ahí adentro…
Cual feto muerto se asomaba una frágil,
sucia y pequeña muñeca de porcelana. La levante y me di cuenta que cabía casi
completa en mi mano, al observarla con detalle salió a relucir el delicado
vestidito tejido color azul que llevaba puesto junto con unos zapatos de charol
negros muy brillantes a pesar del polvo que los cubría, (y que por cierto no le
combinaban en lo absoluto), también llevaba unas calcetas grises con encaje que
supuse habían sido blancas en algún momento. Su cabello era rubio aunque en
partes estaba cenizo también por el polvo y estaba peinada con dos trencitas
sujetadas por unos cordoncitos blancos. Un ojo ya lo había perdido y se
encontraba vagando adentro del delicado cuerpecillo, pude percatarme de esto
porque se escuchaba un sonidito como el de una canica rebotando; el otro ojo
que si conservaba era de un azul vidrioso muy penetrante que causaba una
especie de miedo en contraste con su tierna naricilla y su pequeña boca rosada.
No cabía duda de que aquella muñeca era
toda una sobreviviente, pero aun así la observe con indiferencia y se la
regrese a mi padre quien triunfante la sentó y trató de acomodarle el
vestidito, después también trato de limpiar delicadamente su rostro con un
pañuelo, ¡lo hacia con tanta dedicación y cuidado que me pareció de lo mas
desagradable!, su cara de fascinación estaba intacta, no la había cambiado
siquiera un poco desde que había ido a buscarme al cuarto para enseñármela,
entonces ¡llegó a mi la luz! y tuve que hacer lo que cualquier sensata y buena
hija debe hacer en un momento así…
Salí a toda velocidad del cuarto en busca
de mi tía para contarle sobre la muñeca, y sólo fueron necesarias tres palabras
para que en menos de cinco minutos la muñeca le fuera arrebatada bruscamente de
las manos a mi padre. Mi tía la saco del cuarto y se la llevo a mi abuela quien
derramando dos lágrimas y media contó que la muñeca se llamaba Rosita, que no
recordaba como se le había perdido o como había llegado a ella pero que hacia
mucho tiempo que no la veía y que era un milagro de Dios nuestro Señor aquel
reencuentro, también juro que nunca la volvería a perder porque la había
extrañado como a nada en el mundo, pero antes de que mi abuela continuara y
soltara la tercera lágrima, mi tía abruptamente alegó que si la vendían
probablemente sacarían mucho dinero y entonces mi abuela secándose la lágrima
fallida dijo estar de acuerdo le dio un beso a Rosita y la metió en un cajón de
su tocador.
A lo lejos pude ver a mi padre asomándose
discretamente tras la puerta, supe que no se atrevía a entrar porque sabía que
no saldría victorioso de aquel asunto y me volteo a ver con una cara que no
supe bien si era de decepción o de tristeza, (seguramente eran las dos) pero
era devastadora y entonces vino a mi otra gran revelación, repasando mi
historia familiar con un realismo brutal logré ver el daño que había causado.
Comprendí que ninguna de las mujeres de mi familia incluyéndome a mi misma,
éramos capaces de cuidar de una muñeca como esa y recordé cuando a los cinco
años me dedicaba con sumo placer a arrancarle las cabezas a mis muñecas en
compañía de mis primas, (¡ternuritas!) y de cómo a mis tías y a mi abuela se
les rompían con frecuencia todas las cosas frágiles que se encontraban a su
paso, (literalmente iban por ahí tirando todo) y entendí lo que mi abuelo había
tratado de hacer manteniendo guardada a esa frágil muñeca de porcelana en aquel
maletín y lo que mi padre pretendió hacer instantes antes de que le fuera
arrebatada y lo que mi hermano ya no podría hacer porque aquella muñeca que
estaba a punto de venderse, extraviarse, romperse o algo peor.
¡En que horrenda traidora me había
convertido!, ¡que porquería de persona era capaz de hacer algo así!… En eso
estaba pensando cuando recordé que es malo autoflagelarse y que de todas formas
no debía existir una muñeca mas hermosa ante lo ojos de mi padre que yo, aparte ¿De que sirve una muñeca vieja y
frágil en un maletín, si no es para ser destruida? ¡Aquella muñeca merecía ser
libre!
Coatza
Fueron veintiún dedos arrugados y tres
ojos rojizos, en conjunto fue todo mi cuerpo apestado de cloro. Nunca he estado
más limpia, lástima que cada día que pasaba me iba ennegreciendo.
Sé que esa rueda gigantesca y amarilla que no deja que la miren es algún
familiar mío, de menos sé que es un amigo, ya sé, seguro que es mi padre. Un
cocodrilo en el centro del azul más profundo brilla tanto que parece que va a
reventar. No le tengo miedo, cuando lo toco hago música con su piel de globo.
A
lo lejos se escuchan unos ruidos que taladran los sesos, son indescifrables,
insistentes, caóticos, coléricos (discúlpenme, en realidad yo no hablaba así a
los 4 ó 3 años, es esta mezcla de lo arcaico con lo nostálgico la que tiene la
culpa). Es bandido, a él no lo quiero, a él si le tengo miedo.
— ¿Mamá
por qué bandido no es como mi cocodrilo?
— Porque
uno es de plástico mi amor y el otro es de carne y huesos.
— ¿Y
el sol mamá?, ¿el sol de qué está hecho?...
Las
partes que no gustaban ser del todo
¿Cómo lograr concebir el cascaron como
algo propio y cómo sentir genuinamente que se es poseedor de ese caparazón?,
¿Cómo asegurarse de que aquella delicada corteza es capaz de acatar nuestras
órdenes?, y lo más importante de todo, ¿De quién provienen esas órdenes?
Nunca se lo había preguntado, simplemente no había necesidad. La
disociación entre eso que ella concibe como «cuerpo» y eso que llama «mente» ya
era una raíz profunda que había logrado asentarse durante los segundos más
inverosímiles.
Cuándo se dice que no hay culpables, es porque probablemente el número
de los mismos sea tan infinito que ha logrado desbordar las imágenes, los
recuerdos, las palabras, las conjunciones, los puentes, e incluso a los mismos
números.
Es por esta razón que ella no recuerda, ni tiene memoria alguna de lo
que concierne a su situación menos inmediata; y por esto, mientras tanto yo
estoy aquí, sudando frío, tratando de hacerlo todo por ella.
Si me lo permiten iré paso a paso, no es un asunto fácil, no soporto la
humedad, pero heme aquí en la desgracia de este instante completamente
empapada, chapuceando, y tratando de unir piececitas de un rompecabezas que
honestamente no sé cómo voy a secar después.
«Tal vez perdiéndole el miedo al agua» me diría ella a manera de
consejo. No se puede negar que la inconsciencia está siempre perfumada con un toque de… de… de… como sea.
El primer culpable de lo que podríamos catalogar como «su situación»,
sería el hambre, aunque es un juicio injusto ya que el hambre no es una persona
y esto rompe con lo que estamos acostumbramos a juzgar, pero es que básicamente
el hambre hoy en día es una foto del National
Geographic, pero la realidad es que no es un hueso, no es un cuervo,
tampoco es un niño. Pero como lo importante aquí es ver, ver y nada más, puedo
decirles que aquí estoy viendo en esta piececita que flota, un enorme grano de
maíz, y es uno muy amarillo aunque a la vez transparente, le reconozco el germen,
el pericarpio, el endosperma y todo en conjunto se mimetiza con su madre, con
la madre de ella claro está.
¿Por qué los granos de maíz se parecen tanto a los dientes de nuestra
madre? Me pregunto ella cierto día. Fue mejor ignorarle.
Por ahí se dice que uno puede acostumbrarse a sentir hambre, no hay
aseveración más falsa, una vez que se prueba bocado simplemente no hay vuelta
atrás, cuando te haga falta sólo hallaras dolor y espasmo abdominal. Y si no,
pregúntenle a esta imagen que es casi una radiografía en forma de grano de la
madre desnutrida, severamente desnutrida. También podrían preguntarle al niño
de la foto del National Geographic,
pero definitivamente lo más pertinente seria preguntarle primero a la madre.
El segundo culpable es sin lugar a dudas el alcoholismo, que se supone
es una enfermedad, o por lo menos hasta
ahí es donde nos ha dejado ver la ciencia, pero como yo odio todo esto, pueden
ustedes juzgarlo de la manera en que más les convenga, yo sólo les presento la
imagen de esta otra pequeña piececilla mojada, por no decir envinada. Aquí se
ve al padre dormido con la cara llena de arcilla y con una mano ensangrentada,
cortada por una botella de alcohol mal sostenida, o mal tomada o mal agarrada;
le reconozco el fondo, el cuerpo, el cuello y la corona. No hay duda de que
ahora contiene sangre en vez del codiciado cáliz.
Quisiera hacer aquí un pequeño paréntesis; antes de que alguien ose
señalar que es imposible hacerle preguntas a
una imagen y más aún el lograr que ésta conteste, desafiare toda lógica
atestiguando que es hondamente posible, así que no validaré replica alguna
hasta que esto no sea puesto en práctica por aquellos que están leyendo.
El tercer y último culpable es difícil de describir, de nombrar e
incluso de catalogar. Si se me considerara opinar, en este ser es en quien
radica el verdadero horror y la verdadera desgracia, ya que lo genético de
algún modo logra sobrellevarse y siempre llega un punto en el que se
convierte en costumbre, en identidad;
pero él rompió con esto, fue él quien llegó a cambiarlo todo.
La madre como era de esperarse fue quien propicio el encuentro entre el
ser y ella. Salió desesperada en su búsqueda y lo encontró; pero esto ya no lo
contaré yo, por desgracia ya tengo el agua hasta el cuello. Quisiera pedirles
ayuda, pero considero que se encuentran lo bastante alejados como para poder
hacerlo.
— Yo siempre permanecí inerte en una cama y eso te encantaba, no sé por
qué me obligas a hacer de cuenta que no me he enterado de todo lo que hasta
ahora has dicho. Sé que me odias porque lo prefiero a él mil veces antes que a
ti. ¡Cien mil veces más a él que a ti!.
¡Fue él quien logró despertarme!, porque la dormida eras tú, entérate
que la dormida siempre fuiste tú. Nunca serviste para nada y ahora eres mi peor
estorbo. Pero si te sirve de doble tortura te vuelvo a repetir lo que de sobra
ya sabes… Yo estaba atrofiada, era algo inútil y sin beneficio alguno, no
sentía más que una cara que repudiaba mirar en el espejo aunque fuera mi única
referencia. Nunca tuve una opción, no pude correr para ser atropellada, no pude
pelear para recibir tal paliza que me hiciera quedar así, no pude machacarme a
mí misma, no pude saltar al vacío, no pude quemarme, ni siquiera pude
encontrarme con la inconciencia de lo que varios consideran un accidente. Nada
de nada. Esto a lo que tú llamas condición, fue siempre una miserable
imposición.
Y tú… con todo esto te atreviste a juzgarme, eres una basura, ¡tú quien
nunca hizo algo por mí!. Pero nada de eso importa ya, ni tú, ni nuestros padres
a quienes niegas y siempre estas juzgando, tampoco esa cama importa, ¡nadie ni
nada importa!; porque la vida, mi vida comenzó en el segundo en el que él entró
a la habitación, y antes de que pronunciara palabra alguna sé que tú ya lo
escuchabas y lo escuchabas claramente, lo supe porque a pesar de que no me
dejaste entender ni un poco, mi cara se calentaba y se enrojecía, vibraba como
si estuviera a punto de explotar. Era como si centenares de moscos estuvieran
carcomiéndome el rostro y este iba
hinchándose a la par que vibraba con un mismo pulso, pero poco a poco esta
vibración comenzó a extenderse. Fue entonces cuando el abrió la boca y me dijo:
Talitha Qum, Talitha Qum, ¡y tú ya no pudiste evitarlo!, cada vez fue diciéndolo
más alto mientras clavaba sus ojos cristalinos en los míos, ¡Talitha Qum!,
¡Talitha Qum! y algo comenzó a ocurrir en mi sexo, en aquello que creía
únicamente útil para expulsar y excretar líquidos de forma involuntaria. Pero
aquello se convirtió en un motor y ahora sé que aquí radica el verdadero
corazón.
Y ahora este motor me ha hecho igual de
fuerte que tú, por eso ya no te temo, ya no eres mi prisión.
— Tu prisión es ahora él, alguien
ajeno a nosotras, ahora le perteneces a él, ese motor se acabará en cuanto
estés a su lado, tus movimientos en realidad son de él y muy pronto tus
pensamientos serán también de él, tú no sabes pensar, ¡ya no queda tiempo!
—
Lamento que nunca hayas aprendido a nadar, te morirás allá arriba muy pronto, y
créeme, todos esos pensamientos incongruentes no te ayudaran a flotar, por fin
seré libre.
—
Cierra la llave, ¡ciérrala ahora!
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