miércoles, 20 de mayo de 2015

Crónicas de puras glorias


1. Una odisea teatral

Cuando vives en el DF piensas que deben existir miles de opciones para combatir el ocio. Ya saben, una ciudad tan grande, tantos espacios, tanta gente y todas esas mentes creando cosas quizás sumamente asombrosas para el deleite de las masas… En eso pensaba un sábado en la mañana cuando llegó a mi la grandiosa idea: ¡por qué no ver algo de teatro!.
 Lo primero fue revisar la cartelera. Me sentí algo anciana pensando en salir a comprar el periódico, pero la idea me divertía. Aunque después de pensarlo mejor, era demasiado temprano para cambiarme y salir a la esquina y con todo eso de la tecnología uno se vuelve un parásito… Bueno, para no hacerles el cuento largo, decidí revisar la cartelera en Internet. Salieron, en efecto, varias opciones, las vi una y otra vez pero ninguna captó mi atención del todo. Tal vez hubieron dos que sí lo hicieron: la primera fue sólo porque leí que la actriz salía desnuda, la otra porque en el reparto había un actor con el que alguna vez me besuqueé. Como éstas no son razones del todo válidas y en realidad son más bien patéticas, decidí concentrarme y revisar la cartelera por tercera vez. No funcionó. Supongo que la tercera muchas veces no es la vencida, además algo en mí no tenía la disposición de irse a encerrar a un teatro y esperar algo previsible, tampoco tenía ganas de ver adaptaciones de obras inglesas, francesas o alemanas, mal traducidas y mucho menos de escuchar nombrarse a los actores Martin Rinserberg o Claire Dominic siendo más morenos que el mismísimo Juan Diego y con un acento más mexicano que el nopal. (Digo, no sé si los que hacen teatro en nuestro país lo sepan, (llámense directores, productores, actores, etc) pero siendo actores mexicanos y estando en México resulta un tanto ilógico ver este tipo de tratamientos, no importa cuánto análisis del personaje exista y demás bla bla bla, simplemente eso te saca de ficción, se pierde una verosimilitud básica, incluso dentro de la ficción).
Aquel sábado nada de eso me atrajo realmente y supe, entonces, que mi tarea se había convertido en una odisea peligrosa y salvaje. Tendría que salir a buscar, sin rumbo específico, un poco de realidad teatral. ¿Cómo y en dónde?, difíciles preguntas, difíciles respuestas, mas no imposibles, así que, con mi actitud más valiente, me puse alguna ropa cómoda, tenis, mucho desodorante, un poco de brillo labial y salí a la búsqueda.
Camino al metro comenzó la confusión: ¿acaso debía dirigirme a Coyoacán?, ¿al Chopo?, ¿por qué no podría encontrar lo que buscaba en el Pedregal o en las Lomas?, ¿por qué ir directamente a aquel estereotipo bizarro que habita en las colonias denominadas como “artísticas”?, ¿acaso no era eso mismo lo que rehuía?, porque también el teatro callejero está en cierta medida estancado, si se analiza a conciencia siempre es más de lo mismo y esto me hizo sentir escalofríos, muchísimos escalofríos que no me abandonaron ni en la entrada del metro.
Pero como todo eventualmente pasa y en el metro suceden tantas cosas, pronto se me olvidó eso tan teatral de los escalofríos y seguí adelante con mi plan. Decidí encaminarme hacia donde nunca antes me habría encaminado: iría a Tecamachalco a buscar la realidad teatral y estaba resuelta a encontrarla a como diera lugar.
Se preguntarán por qué Tecamachalco (bueno aunque no se lo pregunten lo contestaré): no lo sé (o si…), tal vez porque he ido pocas veces y nunca he encontrado nada digamos “artístico” por allá, o tal vez porque lo recordaba como el polo opuesto de lo que para mí es un lugar “observable”. En fin, todo eso era lo de menos, ¿cómo demonios llegaría a Tecamachalco en metro?… ¡Demonios!
En efecto fue difícil pero lo logré, después de caminar en demasía, de tomar un camión y cruzar dos puentecitos, llegué finalmente a una glorieta con una fuente que estaba enfrente de una iglesia. Pensé que aquella fuente en el centro era el punto de algo, aunque se miraba triste y solitaria, esto me dio más curiosidad y me encamine hacia ella para observar que ocurría ahí, si es que algo ocurría.
Traté de ponerme cómoda en una de las orillas de la fuente, recordé que tenía una pastillita en mi bolsillo y me la tomé. Pasó una hora y yo seguía sentada ahí observando el humo de los carros, escuchando el sonido de los cláxones, intercambiando algunas miradas y pensando “bueno y… ¿ahora qué?”. Por suerte no paso mucho tiempo para que divisara algo a lo lejos, al lado de un semáforo en rojo había un letrero que decía “Mágico espectáculo” y una flecha que daba a la izquierda, cuesta abajo de la calle. Salí corriendo para leer de cerca aquel letrero; era cierto lo que había leído a los lejos. Entonces comencé a seguir las flechas que ahora estaban pintadas también rojas en el suelo. Corriendo llegué hasta un terreno baldío en donde se terminaron las flechas, no se cuánto corrí pero cuando llegue ya me reclamaban los pies.
Al entrar en el terreno, me topé con dos niños que con la mano me indicaron que los siguiera. Me parecieron curiosos y fui detrás de ellos, le dimos la vuelta al terreno y me encontré con una estructura gigante, de unos 200 metros, hecha de algo parecido al papel maché, blanco pero liso y muy brillante. Comencé a acercarme y vi que también había otras personas en aquel lugar, eran como veinte y estaban todas sentadas en el suelo, decidí también sentarme. Apenas volví a mirar la estructura, noté que de lo alto comenzaba a caer un líquido muy espeso de color azul que después se convertía en verde, después rosado, negro y amarillo. Los espectadores comenzaron a pararse y a dirigirse a la parte trasera de la estructura. Los miré con atención y me di cuenta que comenzaban a escalarla, cuando llegaban a la parte más alta se tiraban, resbalando divertidamente por ella y llenándose del líquido combinado de colores. Se veía increíble, así que supuse que debía hacer lo mismo y me uní a la escalada; ¡cuánta expectación sentí al subir! y ¡qué deleite al ir resbalando! Finalmente al caer de la estructura también acabé mojándome de aquella sustancia viscosa en la que chapoteé varias veces.
Pero eso no fue todo, algunos de los que se habían mojado, comenzaron a decir frases en un idioma que no había escuchado antes pero que por alguna loca razón entendía. Todo era muy significativo y profundo, era realmente bello mirar los ojos de aquellos hablantes de lengua extraña. Continúe así bastante tiempo, tirándome por aquella estructura y mirando a los parlantes que me invitaban a decir también alguna palabra, y aunque repetía las mismas acciones nunca era aburrido, nunca era lo mismo, pero todo cambio significativamente cuando en una de esas veces, respondiendo un impulso salvaje, me animé y solté una palabreja que me hizo sonrojar y al mismo tiempo estallar en una carcajada. Lastima que nada es eterno, porque después de aquella dicha empecé a ver que todo comenzaba a oscurecerse, volteé hacia el sol y note que era cuestión de segundos para que se apagara.
Pero como siempre queda un destello, recuerdo que la última imagen en mi mente soy yo, sentada en la parte trasera de una patrulla, con la ropa y el cabello mojado, escuchando a un policía hablar por su radio diciendo que iban a remitir a una “occisa” que presuntamente estaba bajo los efectos de algún estupefaciente porque se había metido a una fuente en medio de la glorieta y se le había hallado  mojándose y sacando agua, gritando palabras sin sentido y que por lo “mesmo” estaba alterando el orden social.
Después de relatar este hecho soy incapaz de juzgar cualquier cosa, así que dejaré que ustedes sean los que lo hagan. Lo único que diré a mi favor, es que aquellos rumbos burgueses y quietos nunca volverán a ser los mesmos… por lo menos no para mí.


2. Gerontofilia, vampiros y psicomagia

Empezaré por confesarles mi obsesión con la familia Jodorowsky. Para quienes no los conocen les contaré un poco: Alejandro es el padre, un chileno de unos 70 años, que antes hacía películas y obras de teatro de culto muy buenas por viajadas y que ahora se dedica a leer el tarot de una forma muy peculiar y hace libros sobre sicomagia –que está muy de moda– (un tipo de terapia con la que rompes patrones por medio de actos físicos, o algo así), en fin, también tiene varios hijos, Brontis que también hace pelis y teatro (quien por cierto le dio like a una foto mía en bikini y wow me flipé… ya sé, soy una loser), Adanowsky, que es músico y tiene unas rolas realmente buenas, y Cristóbal que también lee el tarot. Hay más hijos en la familia pero yo sólo sé de estos tres. El caso es que hace como un mes me llegó un mail informándome que Cristóbal leería el tarot gratis en un café de la colonia Roma sobre Álvaro Obregón, que había que registrarse y luego él sacaría veinte nombres al azar y esos serían los afortunados. Lógicamente no lo pensé dos veces y llegué ahí como estúpida una hora antes para tratar de ser una de las afortunadas.
En cuanto llegué supe que algo andaba mal, porque no había ni un alma en el lugar, entonces le pregunté a un mesero y me dijo que Cristóbal había cambiado de lugar horas antes y que lo había anunciado en su página web. ¡Como si el mundo se la pasara checando su fucking página!. Por cierto, después me enteré que meses antes también había cambiado de lugar, ya era una rutina, ¡diantres!, ¿por qué hace eso?, imaginen que yo hubiera llegado de Chiapas o Juárez en burro, ¡qué mierda hubiera sido!. Lo bueno es que por lo menos no había llegado sola, una amiga me había acompañado y pude compartir con ella mi desgracia.
Nos fuimos a tomar un café en Orizaba y empezamos a chismear sobre el tarot. Ella me decía que era algo muy estúpido y yo le dije que, en realidad, todo en esta vida es estúpido y que depende del cristal con que se miren las cosas. Aunque después acabé aceptando que más bien había querido que el tal Cristóbal me leyera el tarot para intentar ligármelo. Sin embargo, después de su mala educación, ya no se me antojaba tanto. Cuando estábamos en el chisme nos percatamos de que en la mesa de al lado había cuatro individuos de edad avanzada (tipo 75 años) viendo directamente hacia nosotras. Primero nos cohibieron pero luego empezamos a verlos también. Uno de ellos, que estaba sentado en medio, era el foco de atención. Notamos que tenía acento argentino (¡qué raro!), los otros eran mexicanos. Hablaban de libros, magia y perversiones, y lo hacían tan alto que dejamos de platicar sólo para ponerles atención. Todo lo que decían era interesante, aunque también daba un poco de miedo, de hecho las dos comenzamos a sentir una vibrita muy extraña, por lo que preferí cambiarme de lugar para dejar de sentir esa incomodidad. No pude calmarme a pesar de que ya habíamos mudado de lugar, intenté no prestarles atención y platicar de otra cosa pero fue inútil. Entonces y sin pensarlo, cuando el señor argentino se paró al baño, decidí seguirlo. Nunca olvidaré la cara de mi amiga cuando me vio pararme tras él.
Él se metió al baño y, mientras lo esperaba, empecé a sentir muchos nervios. Sabía que debía decirle algo, pero no sabía exactamente qué. Cuando escuché que le jaló al baño, mi corazón se aceleró. Por fin salió, me sonrió y dijo un “hola”, mientras se lavaba las manos. Yo me cagué de risa porque sabía que lo que estaba haciendo era en serio muy estúpido. Le dije también hola y le expliqué que había sentido algo muy extraño con su presencia y que no había podido evitar acercarme a él para entender por qué. Él me miró como fascinado y me dijo que me agradecía que hubiera tenido el valor de acércame así y me explicó cosas acerca de unas conexiones que son como hilos invisibles que no podemos percibir en su totalidad por ser simples mortales, pero que existen y que pueden ser visibles cuando se está abierto a los canales energéticos. Yo recuerdo que tenía una paletita y me la metí en la boca; después dejé de ponerle atención porque no podía más que pensar en la película Lolita. Entonces me volvió a dar un ataque de risa, porque yo ya no estaba en edad de hacer estas cosas con abuelos. De todo lo que dijo, lo único que más o menos recuerdo es que era escritor y músico; me dio su teléfono y me preguntó si me parecía que nos viéramos el día siguiente a las cuatro en ese mismo lugar para platicar, le dije que sí y nos despedimos.
Al día siguiente mientras caminaba al café, pensé que ése no era el mejor lugar para nuestro encuentro porque era mas como su territorio, así que recordé otro que estaba justo a la vuelta. Cuando llegué, lo encontré esperando y les juro que se paró y me dijo vamos al café de aquí a la vuelta, sentí miedo y escalofríos, (si, soy muy “escalofriosa”, lo se) pensé que tal vez el abuelo en serio era brujo o algo así. Llegamos al otro café y noté que traía una cruz rarísima, que aparte llevaba en la espalda y no al frente. Le pregunte que qué era y me dijo que lo protegía porque él era un vampiro, luego sonrió. La verdad quise levantarme en ese preciso instante, pero no lo hice y fue muy mala decisión porque después se puso peor el asunto. Este ser agarró mi mano súbitamente y me hizo prometerle que siempre estaríamos unidos y que viviríamos el uno a través del otro. Fue tan grande mi shock que estúpidamente asentí y se lo prometí. Luego pasó algo que NUNCA, NUNCA EN MI VIDA VOY A OLVIDAR: Vi su cara arrugada acercarse a mi cara y sus labios, también arrugados y extremadamente delgados, casi en mis labios. Era como si una frágil calavera cubierta por un pálido pellejo deslavado estuviera apunto de devorarme. Gracias a un buen reflejo, logré desviar mi cara dos segundos antes. Sentí pavor, en serio que he hecho cosas muy hard core en mi vida pero con ésta en serio no podía. El pobre señor me dijo que no había querido ofenderme y yo ya no supe que decirle; se paró por un cigarro y lo acompañé. Afuera del café me abrazo, y sentí bonito porque me hizo recordar a mi abuelo, –que en paz descanse–, pero inmediatamente después sentí lo perverso de todo el asunto y le dije que tenía que irme.
Le ofrecí dinero para pagar mi café pero no lo acepto diciendo que yo pagaría la próxima vez. Sacó de una bolsa de su chamarra un CD y me lo entregó. Me dijo que el próximo martes era el día perfecto para otro encuentro, yo le contesté que sí, que nos viéramos en una de las bancas que están alrededor de la fuente del David de la plaza Río de Janeiro a las cuatro de la tarde.
Obviamente nunca llegué, nunca le invité el café que le debía y cuando lo imagino solo esperando en la banca siento pena. Aunque puede ser que también él se arrepintiera y tampoco se presentara, eso habría sido perfecto, ojalá haya ocurrido así, no lo sé.
Ahora que lo pienso, aquel día fui al encuentro de una persona mágica, por así decirlo, y no la encontré,  pero tuve la suerte de toparme con otra. Creo que a veces sólo hace falta abrir un poco más los ojos (o la energía como decía él…) para encontrarte con personajes fuera de lo común sin que tengas que hacer grandes esfuerzos o largas búsquedas. ¡Quién lo diría un abuelo vampiro argentino que además es músico y escritor!.
De aquel hombre me queda un gran recuerdo, también un CD de algo que creo es jazz y que por cierto no he escuchado por miedo (ya sé, qué tontería). También debo confesar que googleé su nombre y resulta que es bastante conocido en el ambiente cultural de México, su biografía apareció en la Coordinación Nacional de Literatura. En fin, siempre me quedaré con la duda. ¿Cómo se habría sentido besar a aquella calavera llena de sabiduría?, ¿o tal vez hubiera podido fomentar algún otro tipo de relación con aquel abuelo?, ¿tal vez amistad? ¿Debí pedirle el contacto de su hijo, que por cierto vive en España, y ése sí tiene mi edad?, Ya qué carajos importa, tal vez esos hilos mágicos nos vuelvan a juntar en algún otro tiempo o dimensión.

3. Hay lugares en donde no se debe llorar
Cuando una mujer se siente usada, pisoteada, dejada, etc., etc., después de comer como un marrano, hay algo que debe hacer y que por ningún motivo debe olvidar: dirigirse a uno de esos establecimientos en donde se exhiben hombres desnudos (y es que decir chippendale es horrible y tampoco se le puede decir table dance, o ¿sí? Suena raro). Porque una vez que llegas ahí todas las penas se disuelven de manera sublime, o al menos eso me habían contado, por eso tuve que ir a investigar.
Recuerdo que fui en familia, porque en familia las cosas se disfrutan más. El lugar está sobre Insurgentes, llegamos puras viejas muy arregladas a pedir mesa y, por supuesto, botella. El interior del lugar era deplorable, estaba decorado como para una boda de pueblo, pero pensé, — ¡eso qué demonios te importa, no vienes a ver la decoración!, y entonces me relaje y ansiosa me puse a esperar la salida de las “estrellas” del lugar.
La carne era de la mejor calidad, muchos de ellos eran extranjeros y sí que sabían bailar, pero a medida que salían más y más chicos comencé a sentir algo desagradable: empecé a sentirme sucia. Supe inmediatamente que no era un sentimiento normal porque ese día me había bañado. Miré a mí alrededor y a lo lejos vi mujeres gordas realmente excitadas. Sentí que estaba en una carnicería llena de seres hambrientos tratando de comprar el último pedazo de carne sobre la tierra.
Debo advertir que lo peor apenas estaba por comenzar. Los chicos se bajaron del escenario y se nos acercaron para que les compráramos un privado. Mi madrina, como buena madrina que es y motivada por aquel mood de boda pueblerina, me dijo: —¡Mija, escoja al que quiera, que yo le pago el privado!. Entonces más a fuerza que por gusto, escogí al más joven porque era el menos gato y el más bueno (en los dos sentidos). No podía negarme porque hubiera decepcionado a la familia y ante eso es mejor la muerte. El chico me llevó a la parte de arriba del lugar y comenzó a bailarme., primero sentí pena pero luego puso mis manos sobre su trasero y ya con más confianza, empecé a relajarme, sus manos conducían mis manos por todo su esculpido y bien trabajado cuerpo. Se podría decir que todo iba bastante bien hasta que el susodicho formuló una desagradable pregunta: —¿Por qué no tienes novio?, y remató diciendo, —Tú no deberías estar aquí. Instantáneamente mis manos santas soltaron aquel firme trasero y mis ojos comenzaron a humedecerse, 
¡me puse a llorar!, ¡creía que esto no sucedía, que era un mito!. Había escuchado que llorar en un establecimiento de mala muerte era lo más bajo, patético y deplorable que existe, ¡que desgracia haber tenido que se yo quien lo comprobara!.
El culpable de mi llanto no supo qué hacer y me dijo que me acompañaba al baño, debí haberlo reportado con alguien, pero no supe con quién acudir, creo que la Comisión de Derechos Humanos no hubiera hecho mucho por mí. Cuando salí del baño me encontré a mi mejor amiga, que también nos había acompañado y fingí que todo estaba bien. Comenzamos a platicar y en eso se nos acercó uno de los chicos, vestido de pirata y nos preguntó si queríamos hacer un trío en un cuartucho al lado del baño, no lo podíamos creer, fue verdaderamente una proposición de lo mas extravagante, por lo menos nunca antes nos habían sugerido algo así, pero gracias al sida y a nuestra traumática formación religiosa en el Instituto Guadalupe Insurgentes le dijimos que no y nos quedaremos por siempre con la duda: ¿nos habría cobrado después del trio o simplemente lo quería hacer por gusto?, quizá fuimos muy ingenuas ¿verdad?…
La velada continuó y ya no dejé que más hombres de la vida galante se me acercaran. El sentimiento de suciedad nunca me abandonó hasta que salimos del lugar. Mi madrina, en cambio, si se ligó a uno de los chicos llamado “Fili”, (quien por cierto tenía un desagradable diente de plata) y lo volvió a ver un par de veces hasta que se enteró que era gay. Así es la vida.
Por todo lo explicado a continuación, es mi deber advertirles a todas las mujeres que nunca deben acudir despechadas a alguno de estos lugares de “mala muerte”. Lo mejor es quedarse tragando como un marrano para después seguir tragando como marrano mientras se observan películas pornográficas. Espero que tomen en cuenta mi consejo ya que no me gusta sufrir en vano.


4. Alicia la mujer gigante

Hay días en que después de tener discusiones, pensamientos tediosos, mal sexo o los tres al mismo tiempo, me pongo a recordar momentos felices de mi infancia. La mayoría de las veces tienen que ver con parques de diversiones. Creo que sólo en aquellos lugares mis risas y gritos eran tan fuertes y liberadores que pasaban desapercibidos y se mezclaban con los ruidos volátiles de los juegos. Todo se revolvía en un gran torbellino de ecos y energía en donde podías correr, gritar, reír, llorar, comer, vomitar, mojarte, enamorarte de algún niño y luego volver a empezar, repetirlo todo un sin fin de veces sin importar el orden hasta que caía la noche y tenías que irte porque empezaban a cerrar el parque y ya estabas tan cansado que te quedabas dormido en cualquier sitio como un bulto.
En este recuerdo tan delicioso estaba, cuando vino a mi mente un parque de diversiones que se llamaba “Divertido” (seguro se rompieron la cabeza pensando en el nombre). A mi parecer éste era uno de los mas feos: sus juegos estaban descuidados y no se comparaba en extensión con “Reino Aventura” o con “La Feria de Chapultepec” y bueno ni que decir con Disneylandia. El caso es que recordé que siempre quería ir a Divertido por una simple, sencilla y macabra razón que respondía al nombre de Alicia.
Alicia era una mujer gigante hecha de algo similar al plástico. Supongo que media unos 500 metros, y si la pudiera comparar con algo de estos años, sería la mezcla de alguna escultura de Ron Mueck con una barbie de esas chafas que venden en el mercado en las que puedes ver la rebaba de plástico en el contorno de sus extremidades. Bueno, debó recalcar que lo importante no era su apariencia, la “gracia” de Alicia estaba en su interior.
No estoy segura pero creo que entrabas a ella por uno de sus pies y casi de inmediato podías ver sus músculos, tendones y huesos. Te dejaban tocar todo y en ciertas partes había texturas que hacían más realista y nítido su interior. Ése era el chiste de recorrer a Alicia, pasabas por sus piernas, rodillas, muslos y bueno… como clásicos mexicanos a la pobre no la habían dotado del penoso aparato reproductor (¿o fui yo la que como buena mexicana lo omitió?). El caso es que este hecho te hacia llegar casi de inmediato a su estomago, pulmones y lo mejor: ¡el corazón!. Éste se encontraba en medio de una especie de sala acolchonada y roja, parecía una lámpara gigante y amorfa hecha de algún tipo de plástico rosa y transparente del que salían varias mangueras con foquitos de colores que iban hacia todos los lados del cuerpo, ¡pero lo más asombroso era que esta cosa latía!, latía de una u otra forma, lenta y armoniosamente.
 Recuerdo que pensé que aquello era lo más hermoso que había visto en mi vida. Ahora creo que aquel lugar sería muy parecido a un burdel de mala muerte (y no es que yo conozca  alguno). La sensación de calidez en aquel lugar era tal, que sentía que debía quedarme a vivir ahí para toda la vida, lástima que siempre hubiera una cola gigante detrás de mí que irremediablemente comenzaba a empujarme para seguir con el recorrido dejando mi fantasía mermada. Y como el recorrido tenía que continuar, pasaba entonces por la tráquea, de ahí al rostro y después al cerebro por donde uno finalmente salía de Alicia.
Creo que por lo menos hice este mismo recorrido unas treinta veces antes de que clausuraran el parque porque a un pobre cristiano no lo amarraron bien y salió volando al periférico del Sky Coaster o uno de esos juegos. Supongo que a partir de ese momento “Divertido” dejo de serlo.
Gracias a Alicia entendí varias cosas: primero, porque reprobé mi examen de anatomía; segundo, lo bien que se siente interiorizar por muy burdo que sea entrar a una mujer desproporcionada de plástico (digo en aquellos tiempos no existía la meditación para niños y todo eso); y tercero, entendí el por qué estaba yo tan idiota con eso de “seguir al corazón” y anteponerlo a todo por el simple hecho de ser rosita con rojo, parecer vivo, mágico, cómodo, colorido y lleno de luz por sus estúpidos foquitos tintineantes.
Lo bueno fue que años después encontraría la replica del corazón de Alicia en un burdel de mala muerte y todo tendría sentido, (había dicho que no conocía uno, ¿verdad? Maldición…). Años después entendería que el corazón es sólo un órgano vital que bombea sangre a todo el cuerpo y que el cerebro es el que toma todas las malditas decisiones relacionadas con el amor. Algo muy básico ¿no?, bueno, pues a mí me tomó años entenderlo y todo por culpa de Alicia.
Fue por esto que hoy me dediqué a investigar si aún existía la muñecota, para irle a escupir y cobrarle todo el dinero que había invertido en ella con el fin de llegar a su horrible burdel, cuando hay muchos que están mejores, (¡si he ido y qué y qué!). Por desgracia Alicia ya no existe, la googlié y encontré dos imágenes por las que no puedo meter las manos al fuego porque ya no la encontré tan parecida. Además esos links no dan información alguna, podría ser una copia. También encontré que como yo hay otra mujer llamada Julie que pregunta por ella en Yahoo! Respuestas. Parece que esta mujer la recuerda con cariño y en ese sitio le contestan que cuando cerró “Divertido” la trasladaron a Guadalajara a un parque llamado “Selva Mágica” para que siguiera traumando a más niños.
Por supuesto que no iré a Guadalajara a buscarla, tampoco iré a terapia y tampoco iré a mas burdeles baratos, simplemente dejaré de echarle la culpa a las muñecas de todos mis traumas, aunque debo admitirlo, dejaría de ser  “divertido” (“Divertido”, si entendieron, ¿no?).


5. Hay que dar el extra

Te paras a las cinco de la mañana. Te bañas. Te alistas. Ves tus grandes ojeras en el espejo y tratas de maquillarlas una y otra vez. No funciona. Pasas a los ojos que pintarrajeas mal porque sigues dormida, todo pasa en automático.
Si tienes dinero tomas un taxi y cuando le pides que te lleve a Televisa, tres de cinco taxistas te preguntarán las mismas deplorables preguntas: ¿es usted actriz?, ¿en qué novela sale?, tú finges demencia hasta que te vuelven a preguntar, pero gracias a Jesús Nuestro Señor has llegado y pudiste zafarte de tu deplorable respuesta. (No siempre se corre con la misma suerte, por supuesto).
Llegas a la Puerta 2, entras a la recepción y te aplastas en uno de los sillones. Volteas y te das cuenta de que ya han llegado otras y otros como tú. Pronuncias un “hola” que tal vez sólo dos contesten, todos tienen la misma cara, seguro también los mismos pensamientos, somos una gran masa dormida. Empieza a llegar mucha gente y tus ojos sólo logran abrirse 3 pulgadas cuando ven pasar un culo perfecto; una cabellera impecable, una altura poco común o un rostro radiante que ya has visto antes. Entonces, por alguna razón, te enderezas y piensas en cómo es posible que puedan verse tan bien a las 7 am. (Lo he pensado mucho y la respuesta es que son extraterrestres).
Ves entrar a la coordinadora de la agencia, pide a todos credenciales de elector, algunos se amontonan, son los nuevos. Los demás seguimos cuajados en el sillón hasta que una mirada de maestra de secundaria te sentencia y entonces sabes que ya es hora… Te dan un gafete en donde se lee “visitante”, lo pegas contra un torniquete y entonces entras a la Matrix. Subes por un elevador, caminas por un puentesillo, subes por una escalera de caracol. Vuelves a caminar y finalmente llegas al Foro 4. Somos como 20 y sólo nos dan dos camerinos en la parte de arriba: uno para mujeres y otro para hombres. Son los más alejados del foro y realmente son pequeños. Entonces te pones a recordar cuando salías de mesera para otra novela (disfrazada de diablita con peluca estilo teibolera de Closer) y tenías un camerino con baño sólo para ti y otras dos. ¿Acaso has bajado de nivel?
De una u otra forma logras enlatarte como sardina y acomodarte entre las diez viejas. Pasan dos horas sin ninguna instrucción. Eres la más grande, seguro ellas tendrán entre quince y veinte años. No preguntas. La telenovela se llama Mis XV y es una combinación de Rebelde y Patito feo (no se hagan, sí saben cuáles son). Es lógico. Entonces comprendes que la grandiosa utilidad de verte más chica de lo que eres sirve para… para… ¡esto!… Sus voces no te dejan dormir, sus risas te empiezan a encabronar. Sabes que no tienes salida y mejor comienzas a prestar atención a lo que dicen o pronto vas a morir y entonces, no sabes cómo, pero acabas riéndote y opinando sobre la mierda que son algunos hombres. (¿Por qué entre mujeres desconocidas no se puede hablar de otra cosa?). Llegas a la conclusión de que la vida sin juicios es mejor.
Finalmente, a las 9:30 am, te piden que te cambies y te dicen que al bajar una mujer va a revisar tu vestuario. Esto no ocurre y entras al foro, te encuentras con una tipa que parece Oliva y tiene la voz más desagradable del mundo. Reclama a la coordinadora que nos tardamos mucho tiempo en bajar. Nos mira de arriba abajo. Nos mete al set que parece la materialización del cuento “Hansel y Gretel” y comienza a darnos las instrucciones más convencionales que alguien pudiera imaginar: siéntate ahí, habla, camina por aquí, haz como si comieras esto, haz que bebes esto, sorpréndete (esta instrucción ya es demasiado) y así transcurren dos o tres horas. Ves pasar muchas caras bonitas, tal vez demasiadas como para que estén juntas en un mismo lugar. Fantaseas con el de ojos azules y pelo negro, también escuchas muchas estupideces, equivocaciones inauditas. Criticas o envidias algún vestuario y una vez más vuelves a fantasear con el de ojos azules y pelo negro. Escuchas a alguno cantar y platicar sobre fútbol. Escuchas llantos falsos, exclamaciones subidas de tono, caprichos, energía exacerbada, todo se convierte en excelente material para imitaciones buenísimas de algunos extras que te arrancan risas que se agradecen como agua en el desierto.
Nos sacan del set. Nos vuelven a meter. Escuchas cosas como “a mi ‘quiu’”, “desquiten el llamado”, “se repite”, “corte”, “maquillaje”, pero no hay nada mejor que “corte y a comer” y “corte y queda”. También escuchas una voz que nunca entiendes bien de donde proviene, pero que sale de las alturas, es como la de Dios y todos los actores responden a ella: “Sí, Señor”, “no, señor”. Es el director que vigila todo desde su nube en el cielo (Seguro ese cielo cuenta con prostitutas, drogas y alcohol).
Nos cortan a comer y respiras aire fresco. Pasas por los otros foros. Ves muchísima gente. Ya no sólo es la materialización de algún escenario de cuento, sus personajes también están ahí, incluso llegas a ver al maestro que te dio clases en alguna escuela de teatro y que hablaba mal de la televisión. Ahora sale de dar clases en el CEA. ¿Heroísmo o traición? Todos fingen conocerse o no conocerse, es lo mismo. Llegas al comedor, es gigante, atascadísimo, comida de hospital, comida fría, ruegas por más risas, alguna estupidez que diga el de al lado, si no la dice él, la acabas diciendo tú, eso ya no importa.
Son las 4:30 pm, regresas al foro y todo vuelve a repetirse con más o menos los mismos matices. Escuchas a alguien decir que el escuincle protagonista gana 20 mil pesos por llamado. El viejito que siempre está ahí pero que no sabes quién es, te cuenta que vio con sus propios ojos como Kuno Becker se quedaba a dormir en la oficina de no sé quién por una oportunidad, y que no sé quién es la sobrina de no sé quién, que no sé quién sí es buen actor y le ha “macheteado”, que no sé quién ya se subió en el ladrillo y se mareo. En eso volteas y te das cuenta que el libro que habías llevado para no aburrirte desapareció y al preguntar por él nadie te da una respuesta. Entonces como consuelo te comes uno de los cupcakes de utilería, sabes que está rancio y que tal vez te haga vomitar después, pero no te importa.
Una actriz y un actor, que resultan ser los amigos de tu hermano con los que alguna vez te fuiste de peda, te saludan, te preguntan que haces ahí. Recuerdas al taxista, te pones roja, no quieres contestar, pena ajena, les sueltas un rollo, te dicen que cuesta mucho trabajo entrar a Televisa, intercambias teléfonos aunque sabes que nunca les vas a llamar. Te dicen que aun así hay una oportunidad para todos, esto te hace recordar la Tierra Prometida o la Tierra Santa, a Moisés, imaginas un libro dorado, ¡es la Biblia!, imaginas a Dios tocando tu dedo como en “La creación de Adán” de Miguel Ángel, pero tu mente regresa abruptamente cuando los escuchas despedirse. Nos vuelven a meter al set. Ya estás muy cansada, ya no hay risas y ya no te importa nada. Finalmente te cortan.
Son las 9 pm, te despides y sales de la Matrix. En el camión de regreso a tu casa te preguntas si la vida da muchas vueltas o si tú eres la que le da muchas vueltas a la vida. Te preguntas quién eres y qué demonios estás haciendo de tu vida. Te preguntas sobre lo que deseas y lo que no deseas, lo que creías desear y que no deseabas pero ahora sí deseas y viceversa. Pides alguna respuesta, no hay respuesta. Tal vez porque no quieres que la haya, tal vez porque es sólo la vida la que quieres que ocurra, la que quieres dejar que ocurra. ¿Acaso éste es el misterio de la vida? ¿La hueva de la vida? ¿La contradicción de la vida? ¿Señorita es usted actriz? ¿En que has estado trabajando? Oye, ¿qué haces aquí?… Lástima que la palabra extra tenga doble sentido, como lo tiene todo en este universo y eso es divertido. ¿Se acuerdan de Divertido-divertido? Ash, si no entendiste es porque te estás saltando el orden de las crónicas y te informo que esto no es Rayuela.

6. Carpe diem

Si el amor importa a la humanidad, es por lo que produce en los seres humanos; si por ahí dicen que el amor mueve al mundo, es por la simple y sencilla razón de que te hace sentir importante, distinto, ¡qué importa si es por la segregación de líquidos cerebrales o corporales!, si son las glándulas, las hormonas, las feromonas, la libido o las chaquetas mentales que te haces; si son las mentiras que te cuentas, si es por que usa Allure de Chanel o porque su ropa huele a detergente de tintorería; si es porque su sudor es tan fuerte que pasa de lo desagradable a lo brutalmente excitante; si es porque su cara es lo más hermoso que has visto en tu vida (aunque tus amigas te digan que más bien le da un aire a Hugo Chávez) o si es porque piensas que su cuerpo es lo más perfecto que hay en el mundo (aunque tus primos le digan a sus espaldas El Spaghetti o La Albóndiga). ¡No importa! El hecho es que el amor está en boca de todos de una u otra manera porque altera la percepción de lo cotidiano, te hace olvidar que la vida a veces es una mierda, que hay elecciones, que tienes que trabajar, que existe el narco y los padrecitos, las muertes, la pobreza, que todo es muy caro, que diario te tienes que ver en un espejo, que existe gente sufriendo en el mundo; en fin, te hace sentir bien y punto. Por supuesto debo aclarar que me estoy refiriendo en concreto a la fase del enamoramiento, porque después de un año y medio o dos, generalmente ni aunque se vacié toda la botella de perfume lo podrás ver como lo veías antes. Lo siento pero así es. (Bueno, tal vez si tú te echas encima la botella… de alcohol).
El amor es un estado alterado de conciencia que ocurre de manera química espontánea. No necesitas meterte drogas, sólo ocurre y no lo puedes parar. Digo, ojalá ocurriera con todo el mundo (sería más fácil) pero a pesar de los estereotipos que cada quien lleva consigo, la verdad es que a la mera hora ni siquiera es una decisión muy consciente que digamos y, tal vez, ahí radica lo podrido de todo este asunto. Es como un tren que va directo a tu carota y en vez de quitarte pones la sonrisa más estúpida que tienes para que te quiebre todos los dientes. Además está toda esa onda de que somos pura energía y que las vibraciones y que el aura y que los signos zodiacales y no sé qué tanto, agrégale eso y la Luna y Venus, Marte, las estrellas y la Vía Láctea… Bueno, pensándolo bien la Vía Láctea la verdad ni al caso.
En fin, lo malo es cuando el pendejo de Cupido sólo te abre a ti la pinche nariz o la vena; digo, el corazón y a la otra persona no, entonces te quedas ahí como los dudes de Trainspotting con todo y el bebé macabro que camina por los techos y a nadie le importa. Ni siquiera es como si te lo fueran quitando poco a poco, como la heroína, y por lo menos veas a esa persona una vez al mes o algo así. ¡No!, ¡te chingan de tajo! Entonces tu mamá te ve muy mal y te dice que es hora de ir con el psicólogo, quien irremediablemente te dirá algo así como que todo se resume a que te quieres coger a tu papá o a tu abuelo o a tu perro o a los tres al mismo tiempo. (Nunca vean pornografía zoofílica, de verdad es muy traumante.) Además con tus amigos siempre pasarán las mismas situaciones: tienes al amigo que te llevará a chupar para “consolarte” pero que una vez que ya te vea bien peda sacará sus múltiples tentáculos y no parará hasta que lo vomites encima; también están las amigas que al segundo en que empiezas a contarles todo tu asunto, te interrumpen para contarte pendejadas que no tienen nada que ver contigo y no se callan hasta que vez el reloj y ya tienes que irte porque son las malditas 3 am y sales más deprimida que cuando llegaste. Pero no te quedas así, planeas irte al antro en el que más pegue has tenido y crees que “esa noche será tu noche” (hasta cantas la canción de The Black Eyed Peas o en su defecto la de Rafael); te súperarreglas y te entaconas, todo para que pura chingadera se te acerque y salgas corriendo al baño para limpiarte el rímel corrido después de escuchar la canción que te lo recordó.
Si pasas por los lugares que visitaron juntos haces un drama, lo mismo si caminas cerca de donde vive y te pasan ideas estúpidas como esperarlo afuera de su casa para rogarle, escribirle notas y dejarlas ahí, colgarte con una cuerda de su poste de luz para que cuando te vea medio muerta corra para salvarte. En fin, piensas cosas verdaderamente patéticas que gracias a Dios no haces y que nunca le cuentas a nadie, aunque lo que si haces es contarle al primer desconocido que te encuentras tu gran tragedia, y todo va muy bien hasta que la burbuja se rompe y te dice: pero si sólo lo viste tres veces, ¿no? Ash, que va a saber del amor ese indigente teporocho del metro Chapultepec. ¡Estúpido!
Sin embargo, la sabiduría llega irremediablemente y te dices que tienes que leer, ir al teatro, a museos y activarte, escuchar música clásica, trabajar, ser constructiva y positiva. Te pachequeas leyendo a Freud y crees que ya encontraste el hilo negro hasta que se te pasa el efecto y te das cuenta de que sigues pensando en él. Vez El diario de Bridget Jones 20 veces pensando que puede sucederte lo mismo, pero la verdad es que Mr. Darcy —el hombre que te acepta como eres— nunca llega, pero tampoco el gandalla guapo se da cuenta de lo que perdió y va corriendo a buscarte para que ahora tu puedas rechazarlo. Sencillamente no pasa y bueno sumado a que tu desgracia no ocurre en Inglaterra, la única similitud es que al verte en el espejo te empiezas a ver más puerca y celulítica que antes.
Haces cosas. En efecto haces muchas cosas para autoengañarte sobre el hecho de que la productividad hará que dejes de pensar en “él”, pero la verdad es que sigues haciéndolo (¡y la verdad te encanta!) y todo el mundo te dice esas patrañas pero es que no es tan fácil, y mucha de la mierda del ser humano consiste en esperar, en esperar a Godot, a Jesús, a “él” y a quien sabe quién o qué. Así, alimentar esta esperanza se convierte en el pan de cada día, pero es porque no nos obligamos a investigar los porqués ni a cuestionarnos quién demonios somos o qué queremos, digo tal vez nunca lo sepamos o tal vez ni siquiera tengamos que saberlo con exactitud, pero el hecho de adentrarnos ahí, al laberinto, a la espiral, es un regalo y el premio de consolación al final puede resultar más fascinante que lo que creíamos que era el premio gordo, pero somos huevones y orgullosos y por eso a veces nos la pasamos huyendo como caballos desbocados para después volver a pisar 20 mil veces las mismas minas hasta terminar cercenados. Entonces la realidad se torna tan insoportable como ver Hoy en Televisa o Se vale en su horario normal y luego en el canal de dos horas antes todos los cochinos días y acabas muy enojada, triste y sola. Estás muy sola y podrida sin tu droga, desgastándote cada vez más, lenta, lentamente, lentísima, lentisísisisimamente. (Espero que haya quedo claro que tan lento.)
Aun así como te dicen que la esperanza muere al último, pides una ayudita a las fuerzas ocultas y vas a que te lea las cartas una mujer que huele a torta de milanesa con queso. Te dice puras pendejadas, también te haces una limpia en el Centro y de ahí te pasas a la Catedral sólo por no dejar y te pones agua bendita en la tanga. Lees ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?, lees muchas estupideces. Piensas en santería, en vudú; piensas en que ojala “él” se pudra en el infierno con chancros. Escuchas canciones tipo Paquita La del Barrio, hasta llegas a escuchar a Arjona y dices: qué gran poeta y lo sigues maldiciendo (a “él” por supuesto), pues, según tú, ya lo odias pero le sigues mandando mensajes a todas horas que nunca te responde, regresas al psicoanálisis, al alcohol, te metes al gimnasio y repites todo esto unas mil veces más.
Por último alguien te dice que te lo imagines en el escusado “haciendo del dos”, pero aun así lo vez lindo. Recuerdas que está calvo, viejo, que su forma de hablar es rara, que tiene los ojos de un maldito desquiciado pero… lo vuelves a ver lindo. Recuerdas que tiene hijos, que probablemente está más loco que tú y tampoco te importa mucho. Recuerdas que alguien te dijo que tenía el pito chico porque sale en una obra encuerado y aun así dices: la verdad es que en mi ebriedad no lo sentí nada chico; y piensas maldición ya nunca podré comprobarlo. Aun así, ¿qué crees? ¡Una vez más no te importa!, y piensas: ¡esto debe ser amor! ¿Por qué si esto no es amor entonces qué es?, ¿qué es? ¡Maldita sea, quiero una respuesta! ¡Maldita sea! Entonces, ¡¿qué es?!
De pronto, inmediatamente después de estas preguntas, como por arte de magia, a lo lejos comienzas a escuchar un ruidillo como de campanas. ¡Son campanas! ¡Suenan unas campanitas celestiales! Seguro vienen del paraíso, entonces logras enfocar a unas criaturas pequeñitas, exquisitas, ¡son unos angelitos, son los querubines de la capilla Sixtina! Están sosteniendo unos pergaminos bellos y muy finos en los que se puede leer en letras garigoleadas y doradas: estás bien pendeja, estás bien pendeja. También lo susurran con una linda vocecilla coral y siguen saliendo más angelitos con pergaminos que ahora dicen: masoquista, insegura, inmadura, “sin autoestima”, looser y como siguen saliendo y saliendo y saliendo, pues entonces agarras una piedra y les dices: sí, gracias, ¿ya se calman o quieren putazos?
Y bueno entonces despiertas y te das cuenta de que estás en medio de una calle, que habías estado caminando sonámbula y que unos enanos malhablados están a punto de atropellarte con su carrito de helados, pero no sucede, porque, adormilada y todo, logras esquivarlos. (Bueno, la campanita del carrito y sus groserías la neta ayudaron). Entonces como sobreviviste, como sigues viva, pues te ríes. No hay más, te cagas de risa y hasta los pinches enanos también se ríen y nada más por eso les compras una paleta de grosella que te mancha toda la bocota de rojo y sales de ahí caminando con la frente en alto, feliz, vencedora. También de paso compras un vibrador y muchas madres de aromaterapia que no superan a un hombre pero que al final funcionan un poco y ni modo, la vida tiene que seguir, no puedes vivírtela pensando en qué hiciste mal o en por qué no puede quererte “él”, o en si le hubieras dicho las palabras correctas, o en qué hubiera pasado si hubieras hecho esto o aquello, porque en la vida sólo tenemos el presente (aunque suene a Paulo Coelho o a la canción de Julieta Venegas, es la neta) y creo que es aquí cuando finalmente entiendes que la etapa de abstinencia, que es la más difícil, ya ha pasado. ¿Recaerás? ¿Llegará una nueva droga? Por supuesto que sí. ¿Serás más consciente la próxima vez que te drogues, digo que te enamores? Pues sí, más te vale. ¿Es malo comparar al amor con una droga?, ¿en realidad tengo problemas mentales? Seguramente, pero digamos que eso es lo de menos.
Finalmente, siempre existirán los típicos güeyes que te van a decir que hay cosas más importantes en la vida que andar pensando en el amor, en enamorarse o en sufrir por amor; que hay cosas más interesantes de las que se puede hablar, escribir, estudiar o con las que se puede crear. A ellos yo sólo puedo decirles: púdranse, ¡ya los veré enamorados! Y si no: ¡Dios perdónalos porque no saben lo que hacen!.



7. “Eso” que (no) sabes qué es

Me he cuestionado tantas veces sobre el día que estoy por relatar que estaba indecisa sobre si debía escribirlo o no; pero creo que finalmente es tiempo de que salga a la luz, como siempre ocurre en La mano peluda, en el exitoso programa de radio de Jaime Maussán y en Mujer, casos de la vida real con doña Silvia Pinal. Bueno, con la ligera diferencia de que esto sí es real.
Me encontraba estudiando teatro hace algunos ayeres en la que, según Yahoo! Answers, es la tercera mejor escuela de teatro en nuestro país, aunque yo creo que se les fue el dedo y más bien se referían a la tercera mejor de Coyoacán (y no, la número uno no es el CEA, a menos que en realidad San Ángel pertenezca a Coyo, pero eso lo dejaré a su consideración) y pues era yo muy feliz en esa época, con moretones por todos lados, cayos en los pies, mal olor, sin maquillaje, siempre en pants (OK, esto sigue vigente), siempre regañada, siempre corriendo, siempre comiendo mal y queriendo ser como Yoshi Oida, Eugenio Barba, Jerzy Grotowski o Antonin Artaud. Sí, en efecto, sintiéndome más mexicana que nunca, ¡tan mujer!, simplemente encontrando mi identidad artística, era yo tan… ¡feliz!
Recuerdo que ensayábamos en un salón pintado todo de negro que parecía desmontable; también recuerdo que era lindo cuando a veces daba tan fuerte el sol que un rayito de luz se colaba por algún hueco negro, lástima que el fenómeno no fuera muy recurrente y que la mayoría de las veces estuviéramos en penumbras tomando las clases. Siempre me pregunté qué se imaginaría la gente que no tenía ni idea de cómo es una clase de teatro si escuchara todo desde afuera, tantas tonalidades de voces, gritos, llantos, risas, golpes, ruidos, cantos, gemidos; nadie podría seguir de frente sin imaginarse una verdadera locura. Seguro yo imaginaría una bacanal, pero como yo sí sé cómo es una clase de teatro mi imaginación morbosa no cuenta.
Los días transcurrían, los meses transcurrían, los entrenamientos transcurrían, mi sudor transcurría, mis parados de manos y de cabeza no transcurrían, pero lo que sí transcurrió fue un evento que hasta la fecha no he podido comprender en su totalidad y que muchas veces se convirtió en algo obsesivo, como se convierte todo lo que rompe con el sueño y no tiene respuesta. Pero, bueno, antes de comenzar a relatarlo, aclararé que no estaba bajo los efectos de ningún estupefaciente ni medicamentos y mi psique, según mi último psicólogo, se encontraba en óptimas condiciones, así que dando fe y legalidad a este relato, principiare:
Éramos como 30 alumnos y no quiero ni imaginar a que olía ese salón; en fin, el maestro, que por cierto era guapo aunque alguien decía que olía a chivo, nos puso a todos formados en una hilera vertical, hombro con hombro, después pegó unas marcas en el suelo a unos metros de nosotros y nos pidió que corriéramos a toda velocidad hasta donde estaban puestas. Después hacíamos lo mismo pero hacia atrás y luego, según nos fuera diciendo, íbamos alternando en diferentes calidades de movimiento: lento, cámara lenta, normal, rápido, a toda velocidad, etc. Lo hicimos miles de veces y la consigna era que todos mantuviéramos la misma energía, que llegáramos al mismo tiempo y que no nos despegarnos, supuse que era uno de esos ejercicios para fortalecernos como grupo, para sentirnos, para homogeneizar las energías y lograr una sola entidad y bla bla. Ya saben, todas esas cosas, pero creo que algo ahí no resultó nada bien con eso de la entidad, y es que en una de las tantas idas y venidas comencé a sentir que mi cuerpo se estaba moviendo muy chistoso, como con un parkinson general, ojalá alguien lo hubiera grabado, maldición, ahora sería la reina de YouTube. Como sea, sentía mucha libertad en mi cuerpo, muy relajado y como si alguien más lo manejara; ya no tenía que hacer ni un carajo, mi cuerpo estaba desconectado de mi cerebro, era una libertad que nunca había experimentado (hasta la fecha: ni con ajos). Mi cuerpo andaba por ahí yendo y viniendo rompiendo con la hilera, todo estaba a gusto por así decirlo, hasta que me di cuenta de que se iba hacia la puerta o, más bien, nos íbamos y quien sabe a donde demonios. Eso sí que no podía permitirlo (únicamente yo decido a que tugurio de mala muerte me meto cuando estoy inconsciente). Debo puntualizar que no era como uno de esos viajes astrales, en los que puedes ver desde afuera tu propio cuerpo, en este caso yo estaba también ahí, sólo que no tenía la más mínima injerencia sobre mi cuerpo. Entonces voltee a ver al maestro y noté que tenía esos ojos de lunático un poco mas abiertos que de costumbre, por lo que supe que se había dado cuenta de lo que estaba pasando y recuerdo que me dijo algo así como: “síguelo, síguelo”, pero yo dije ni madres y comencé a tratar de mover mi cabeza. Fue un suplicio, pero cuando vi que empezó a funcionar, entonces la empecé a mover lo más rápido que pude y logré regresar en sí, o en mí o en cómo se llame. Recuperé el control y, cuando lo hice, para variar recibí un fuerte regaño, que porque disque había desconcentrado al grupo y más patrañas, aunque estoy segura de que, cuando mucho, dos se dieron cuenta de lo que pasó.
Acabó la clase y naturalmente yo estaba en shock, la verdad me dio miedo preguntarle al maestro de los ojotes y como él no dijo nada, sólo sobrevino más confusión. La directora me mandó llamar y le conté lo ocurrido, me dijo que tenía que dejar salir “eso” y que nunca lo intentara fuera del salón de clases porque podía ser muy peligroso. Le pregunté que qué demonios era “eso” y me contesto: “tú sabes qué es, y si no te apuras es mejor que te vayas”. Por último remató: “aquí no se permite vampirear, así que dejas de hacerlo de una buena vez”, y bueno siempre agradezco que enriquezcan mi vocabulario; ni siquiera sabía que existía ese verbo. Esta vez me interrumpió antes de que lograra repetir la pregunta, diciendo: “tú sabes qué es”. Digo si ya hubiera existido Twilight, entonces me hubiera sentido alagada, pero en ese momento me quede pensando: “a ver idiota, si supiera ¡no te lo estaría preguntando!”. Después hablé con la maestra de yoga y me dijo que yo tenía supraenergía y que debía aprender a manejarla. Entonces le pregunté que qué demonios era supraenergía, mientras pensaba que esta vieja debía estar medio iluminada porque se pegaba una mosca entre lo ojos, pero también me respondió: “tú sabes qué es”. Para ese momento yo ya quería mentarle la madre a todos en esa escuela y empecé a perder la paciencia. Aparte, en Yahoo! Answers, no decían nada acerca de la “supraenergía” ni de “eso”. Bueno, salía lo del payaso, ya saben, pero Eso no era mi “eso”. Para colmo cometí un grave error, le pregunté a un amigo cristiano, a quien consideraba respetable porque actuaba en La dama de negro (sí, ya sé), que qué creía él que me había pasado y pues lógicamente me dijo que un demonio se había apoderado de mí y que esa escuela era una secta: ¡me hizo rezar y aceptar a Jesús en mi corazón en una banca del parque España! y ¡lo hice! Ahora me da mucha risa y seguramente hoy me hubiera burlado de él en su carota, pero en ese momento estaba aterrada, es decir, sí tenía miedo.
Regrese a clases y nada fue lo mismo, me sentía en la morada de Lucifer, en la cloaca de Belcebú, en el castillo de Dagon; desconfiaba de todos y de todo y lógicamente acabé saliéndome de la escuela sin darle mayor explicación a nadie. Tiempo después me puse a investigar por mi lado y leí (en libros) sobre los estados de trance y los estados alterados de conciencia que ciertos manejos de energía pueden causar. Eso me explicó muchas cosas, pero seguía intrigada porque en ninguna lectura explicaban una situación parecida a la mía. Sólo me faltó hacerme exámenes para ver si no tenía esquizofrenia o epilepsia, pero no iba a gastar en tonterías. También un vidente que conozco, y creí respetable porque les adivinó cosas a los de Moenia en el programa de MoJoe (sí, ya sé), me dijo que yo era médium y que tenía “facultades”. Si lo dijo fue porque en sus visiones no me vio ebria sobre una cama: cero facultades. Entonces mejor resolví encontrarme con aquel exmaestro y grabarlo para sacarle todita la verdad, pero no resultó: me salió con que no recordaba nada de ese día. De cualquier forma un año después lo volví a ver y como le insistí, me dijo: “ah sí, creo que ya me acordé, pues eso se llama energía y es el principio del Butō”. Entonces pensé: ¡Es en serio!, ¡ésa es tu maldita mierdera y jodida respuesta!.
Finalmente he llegado a comprender, gracias a mi elevado proceso de análisis, que hay cosas que nunca tendrán explicación y que hasta los que se creen más pro en esta vida, los masters de masters pueden quedarse sin puta idea. Supongo que en aquella escuela se frikearon y por eso repetían tanto sus “tú sabes qué es” o, tal vez, simplemente les valió madre y dijeron: “pues bueno, que saque aquí su ‘eso’ y su “supraenergía”, le prohibimos “vampiriar y ya está. Vamos a experimentar”; pero yo no soy ningún experimento. (Por cierto ése era el nombre de nuestro grupo: “El experimento”, imagínense nomás.) Digo, por lo menos que pidan permiso y hablen claro, ¿no?. Y bueno, aunque odié a cada uno de esos maestros y odié mucho tiempo esa escuela, debo decir que fue una experiencia única que nunca olvidaré por que me sirvió para… para… En fin, a ver si cuando pruebe el peyote logro un estado similar, ya les contaré.
Por último, me gustaría decir que nunca hay que quedarnos inmóviles ante las dudas, que nunca hay que conformarnos con respuestas simples que no convencen ni a un niño de dos años y, por más que sepamos que la sed nunca se va a saciar, no podemos permitirnos dejar de buscar el oasis (sí, yo muy poética qué); es parte de la vida. Además, si quieres estudiar teatro, te recomendaría que no entraras a ninguna escuela que no fuera la que tú y nadie más considera la mejor (así, si te pasan cosas raras, no podrás culpar a los usuarios de Yahoo! Answers) y, si por equis o por ye no acabas ahí, en serio sólo tallerea con los maestros que consideres mejores y estudia por tu parte. Es cierto que al final tú eres tu mejor maestro y bueno, seguro eso te dirá tu maestro cuando no encuentre la respuesta; pero “eso” nunca te lo digas a ti mismo.


8. ¿A que nunca se te olvida que México lleva acento?

“Y allá está un gran espejo horadado por ambos lados; allí aparece la región de los muertos; con él estás mirando el lugar que es, de algún modo, la región de los muertos, y el cielo: con él estás viendo todas las partes del mundo”.
“Ihuan onca mani in coyahuac tezcatl in necocxapon in mictlan ontlaneci, inic oncan tontlachixtica; in quenamican, in mictlan in ilhuicac inic tonitztica in nohuian in cemanahuac”.
Fragmento de un huehuetlahtolli

Somos un pueblo imaginario, sedimentado en una pirámide totalmente ajena. Nos ataviamos con un areté (sí, con acento en la última e) de plástico bien pirata, fabricado en todas partes menos aquí. Nos aferramos a vernos a los ojos y decirnos que existe una historia. Nos paramos el cuello (digo el pectoral azteca) diciendo que hay memoria, diciendo que aquí no es como en otros lugares en donde arrasaron con todo. Ésa se convierte en nuestra historia, en nuestra memoria, nos quedamos atascados en un presente que se rehúsa a mirarse en el espejo porque es lo único que tiene, pero la paradoja no termina aquí, existe la cuestión de las palabras, de las traducciones traidoras y los acentos, porque México se escribe con acento y recordemos que, si los acentos no están escritos, no se pueden ver; digo, tal vez se puedan escuchar pero eso no es ninguna garantía.
Entonces me pregunto, porque supongo que nunca es tarde, ¿cómo aprendemos a mirarnos haciendo a un lado la neblina y la sangre? ¿Cómo aprendemos a mirarnos sin hacer a un lado la neblina y la sangre? ¿Cómo aprendemos a mirarnos mirando que no somos ni una ni otra cosa? Supongo que de la misma manera en que aprendimos a no querer ver que nuestro inicio tuvo sólo unos cinco minutitos de patética fama, en los que nuestra divina raza cósmica no entendía que chingados pasaba. La sangre ya había corrido pero sus abuelos se quedaron hablando rarísimo y sus padres aún más, y cuando se escuchaban a sí mismos tampoco reconocían voz alguna. Y entonces, de este divino conflicto sobrevino el desprecio, comenzaron a despreciarse los unos a los otros sin importar quién era quién, mirándose por encima o por debajo del hombro (todos eran desconocidos), en medio de una generalidad permeada de confusión y obligación, porque nos hicieron creer que todas las batallas ya estaban perdidas, y puedo decir “nos hicieron creer”, porque contra esta mierda lucho todos los días.
Y bueno, aún hay más preguntas: ¿Cómo se puede sentir realmente mexicano un mexicano? ¿Aprendes las danzas concheras y las bailas en el centro mientras una bola de gringos te deposita dólares en uno de esos caracoles gigantes que hacen ruido? ¿Comes nopales, tortillas y escamoles? ¿Decoras tu casa con un estilo rústico y le das un toque extra con alguna figurilla prehispánica que compraste en el mercado negro valuada en unos 10 mil dólares? ¿Dices muchas groserías en un partido de futbol de la selección y luego lloras? ¿Desprecias al capitalismo y haces huelgas en los tiempos libres que te da la empresa extranjera para la que trabajas mientras ahorras para comprar tu Mac Book Pro y con esto puedas subir fotos más pro a tu Face? ¿Te vuelves narco, indigente o político? Si eres mujer ¿te vistes como Frida Khalo y te dejas el bigote? Si eres hombre ¿tratas de cogerte a todas las mujeres que puedas como hizo Diego Rivera y te tatúas I love Muralismo o Made in México? ¿Te unes a los zapatistas y les compras tus armas a los kaibiles? ¿Le pones a tus hijos nombres como Xochiquetzal y Ehécatl? ¿Tomas mezcal, tepache y pulque? Como no sabes exactamente cuando es el grito de la Independencia, ¿te vistes de verde toda esa semana? ¿Aprendes náhuatl para mirar a los ojos a los indígenas que te piden dinero en las avenidas o en los metros y decirles —en náhuatl, por supuesto— “no gracias” y que así nunca te vuelvan a pedir? (Lástima que existan miles de etnias regadas por nuestro país pidiendo dinero y que el náhuatl no sea como el inglés, que en cualquier país más o menos se entiende, por eso no recomiendo esta opción.)
Recuerdo cuando alguien de mi familia me preguntó hace unos meses que por qué tengo gustos tan nopaleros, ya que mi último novio era moreno por no decir prietísimo. Recuerdo también cuando otro familiar me aconsejó cómo encontrar a un buen marido, me dijo que una mujer debe fijarse bien, si no nuestros hijos pueden sufrirla un poco, pues no hay que olvidar que “hay que mejorar la raza”. Entonces yo pensé “¿cuál raza? ¿Cómo se puede mejorar una raza que no existe? ¿Cómo se mejora algo que no tiene consciencia, ni identidad, ni pertenencia?, no puedo matar a mi propia familia ¿o sí?” (Broma…) Y en dado caso de que tuviera hijos con un “güerito” siguiendo la mentalidad de mejorar la raza, ¿que no estaría suprimiendo los orígenes que tanto abogamos por defender? ¿Acaso no estaría padeciendo de lo mismo que nuestros “antepasados” padecieron? ¿No estaría traicionándonos? Aunque, pensándolo bien, ¿no fue lo que, de todas formas, ellos a su vez hicieron? ¡Exacto! ¡Es una falacia!, todo es una gran burbuja imaginaria y, en caso de que alguien tuviera la respuesta, nadie podría explicarlo mejor que La Malinche. Lástima que para invocarla necesitaríamos la ayuda de un médium y a los médiums se les cuestiona su autenticidad, igualito que a la susodicha. Creo que estamos jodidos.
Quiero creer que la respuesta radica en la congruencia, en simplemente comenzar a ser un poquito congruentes en nuestros actos cotidianos, partiendo del hecho de que somos incongruentes, nada más. Por ejemplo, sé que está bien alzar la voz y salir a las calles, marchar, unirnos, pero ¿no es un poco estúpido que lo haga la gente que le compra droga a los cárteles? ¿No es un poco estúpido querer comprarle a la tiendita de la esquina a la que le surte un monopolio, por no querer darle tu dinero a otro monopolio que le da trabajo a más de 500 mexicanos por súper? ¿No es un poco estúpido votar por el cambio, cuando el cambio en realidad lo dicta Estados Unidos y en caso de que cualquier presidente “del cambio” fuera electo, estaría también bajo sus órdenes? ¿No es un poco estúpido decir que el cambio debe empezar en uno mismo y entonces el cambio consiste en no hacer nada? ¿No será un poco estúpido ponerse en la línea para ser acuchillado y violado por los policías o por el gobierno que después se deslindará de los hechos y borrará tu existencia para que así sólo seas recordado por algunos borrachos que se junten los miércoles para llorarte y celebrar lo heroico que fuiste hasta que también se les olvide? O ¿será que es aun más estúpido actuar a sabiendas de que nada puede cambiar?
Yo por ejemplo, en serio trato de recordar diariamente a ese hombre que, valiéndole madres su propia vida, en la estación del Metro Balderas, se abalanzó sobre un loco que con pistola en mano comenzó a dispararle a la multitud, y que, al final, sin recibir ayuda de nadie, trágicamente murió balaceado por el loco. En serio trato de no olvidarlo, así como también procuro recordar a esos perros que arrastran a otros perros por las avenidas sólo para llevarlos a la orilla a pesar de que ya están muertos. Y es por esto que formulo mi última pregunta (sí, ya sé que fueron demasiadas preguntas) ¿no será justamente que todos ya estamos muertos pero vamos fingiendo por ahí que no lo estamos?, haciéndonos a la orilla una y otra vez, volviéndonos a levantar y levantando a otros, volviendo a caer y tirando a otros, ininterrumpida e interminablemente.

En fin: ¡Viva México cabrones, and let’s drink some fucking tequila!

No hay comentarios:

Publicar un comentario