Hallábase
Botticelli, Leonardo Da Vinci y Perugino cohabitando en el paraíso celestial.
Largo
e insondable fue el tiempo que pasaron en vida estos personajes, meditando
sobre la altísima posibilidad de ingresar después de su defunción a los
sulfurosos infiernos. Era aquella condición demencial y desafiante que acompaña
al artista, la que, como hierro candente, marcaba y estigmatizaba a estos
virtuosos cual ganado. Pero magnánima fue la sorpresa cuando al atravesar el
umbral de la muerte, fueron encontrándose con el mismísimo San Pedro, quien los
fue recibiendo uno a uno en el jardín del Edén con las puertas bien abiertas.
Se
estremecieron, rieron a carcajadas, danzaron y celebraron; pero una vez dentro,
no pasó demasiado tiempo para que aquellos entraran en razón sobre la treta a
la que estaban siendo sujetos. El cielo era soporífero, lento y pesado, no
había cabida para divertimento o vicio alguno, todo era regido bajo el
principio de la vacuidad. El tiempo se desparramaba entre contemplaciones, rezos
y cánticos.
De
entre todos los ahí presentes, sólo estos tres simpatizaban entre sí, no tanto
por haber sido contemporáneos o reconocidos pintores, ni por haber convivido e
incluso pintado en conjunto cuando fueron aprendices en el taller de Verrocchio,
ni tampoco por haber contribuido con el resplandor artístico del renacimiento, no,
nada de eso; su amistad más bien provenía del sincero amor aún latente que los
tres le profesaban a Dante Alighieri, a quien por desgracia no pudieron
localizar en aquellos fatuos jardines, inquiriendo así que tal vez aquel yacía perene
en el infierno, cálculo que les fue anulado al encontrarse con la noticia de que
en realidad Dante seguía vagando en la tierra bajo la forma de un misterioso
ente.
La
cotidianidad en el cielo, única y esporádicamente alcanzaba un matiz diferente cuando
el sacrosanto Padre se dignaba a convivir con los residentes celestiales. Todos
debían sentarse en torno suyo a contemplar su belleza para después congraciarlo
con múltiples alabanzas, finalmente Él los cubría con pétalos de flores
iridiscentes y agua bendita; nada de pan y nada de vino, el cielo aborrecía
cualquier placer disoluto, incluso si éste hubiese sido en algún momento cosa divina
en lo terreno.
Como
era de esperarse en el paraíso, el tiempo era una cuestión cíclica que no
requería medición alguna, por lo que estos tres artistas iban sumergiéndose cada
vez más en una desesperación radial profunda, la cual se vieron obligados a
interrumpir prontamente acordando entre
ellos cierto ardid.
En
una de aquellas reuniones sagradas, los tres convinieron solicitarle al Señor,
que les fuera permitido pintar alguna excelsitud para congratularlo a cambio de
dejarlos ingresar al bochornoso infierno, que ahora sabían, era la verdadera
gloria. Envalentonados y seguros de lo que en conjunto eran capaces de lograr, le
hicieron así la lenguaraz propuesta al bondadoso padre y esperaron pacientes su
respuesta. Éste más tarde con una cabal sonrisa les contesto:
—
Amados hijos y artistas míos, ahora ya
inmaculados y en proceso de purificación, acepto su treta, pero sólo si entre
los tres logran crear una obra de tal magnitud, que consiga sorprender a cada
uno de los arcángeles de mi ejército. Deberán crear una pintura nunca antes
vista y no podrá parecérsele a nada que esté ya plasmado en la tierra. Y como
segunda consigna, deberán tomar como modelo a alguna de las amadas y puras hermanas
que residen aquí junto a ustedes en este Edén celestial; pueden elegir de entre
todas, la que ustedes convengan mejor para su arte. Suerte hijos míos.
Los
tres radiantes de felicidad y sumamente agradecidos, besaron la mano del
sacrosanto Padre y se marcharon para discutir la forma en que crearían
semejante encargo. Como era de esperarse la disputa no tardo en surgir. Mientras
que Da Vinci abogaba por utilizar la técnica del sfumato y la combinación de sombras y luces, Botticelli no paraba
de alegar sobre la triangulación y el naturalismo, la estructura rigurosa de
los detalles y los movimientos armónicos, por otro lado Perugino trataba de
darles catedra sobre los modos suaves de la pintura umbra; parecía imposible que el trio llegara a un acuerdo, pero la
razón se apodero de Leonardo quien propuso primero localizar a la musa para así
decidir lo más conveniente respecto a la técnica con la que se llevaría a cabo
la espléndida obra.
Las
hermanas celestiales que allí residían, no podían ocultar los estragos que
aquellas épocas de regocijo pagano en la tierra les había proporcionado. No
había frescura, ni auténtica belleza en aquellos rostros, menos aún en sus raquíticos
y débiles cuerpos, no existía en esos seres femeninos la bondad ni la
sinceridad suficiente como para hacer de ellas retrato alguno. Se encontraban
estos pintores abatidos y a punto de rendirse, cuando una silueta curvilínea que se hallaba muy
apacible reposando sobre una nube, demandó sus miradas. No podía ocultar en
aquella mujer la piel deteriorada y demacrada que enmarcaba un rostro
dolorosamente pálido, pero la mezcla de inocencia y sexualidad que desbordaba
en su conjunto los sedujo al instante y no pudieron más que sucumbir ante ella,
dando así por concluida la búsqueda.
Acercándosele
cautelosamente, los artistas le explicaron a la solitaria mujer de rubios
cabellos la importante encomienda, ella accedió sin darles demasiada
importancia y siguió imperturbable sobre su nube. Los tres decidieron comenzar
al instante y dotándose de todo tipo de artilugios pictóricos emprendieron la
ardua labor; esta vez sin discusiones, acordaron que lo mejor que podrían hacer
era exactamente todo lo contrario a lo que alguna vez hubieren pintado, así que
se inclinaron por un simplismo en lo absoluto detallista que únicamente
abarcaría el rostro de la mujer. Lo sacro, por conveniencia, les pareció
pertinente no dejarlo de lado, entonces el rostro sería pintado nueve veces y
colocado de manera consecutiva de tres en tres para así enaltecer y potenciar a
la santísima trinidad mientras que simultáneamente también estaría ensalzando a
las tres gracias, tres talentos, a sus tres almas (no hay que olvidar que los
números eran importantes para estos artistas que antes que todo eran
destacables matemáticos, y el nueve les significaba un número sagrado).
Los
colores empleados en el cuadro debían transmitir contrastes notoriamente
altisonantes y una potencia visual sin igual que se destacara por encima de los
trazos; por lo que estos artistas se dieron a la tarea de mezclar pigmentos con
todo tipo de elementos jamás concebidos por sus brillantes mentes. Después de
dibujar los rostros las nueve veces, aplicaron los colores en forma caótica y heterogénea,
dándole así un toque completamente inesperado a la obra y que distaba mucho de
lo que alguna vez lograron hacer en el pasado.
Al
finalizar quedaron convencidos de que aquella pintura seria su pase a los
benditos infiernos, ya que no podría haber sobre en la tierra algo igual. Se la
llevaron al Señor quien después de escrudiñar la obra, con tono suave y armonioso
expresó:
— Queridos mancebos míos, han ustedes olvidado
el hecho de qué, aquí en el cielo… el tiempo cohabita desdibujado y sin
fronteras, al igual que en su espejo, que para ustedes es hoy la inalcanzable
tierra. Amados míos, han subestimado lo basto de la creación humana a lo largo
del tiempo, por lo que tristemente dilucido que tampoco han reflexionado sobre la
razón del por qué pertenecen ahora mismo los tres a este sagrado recinto, y
paradójicamente es el número tres el que han decidido tan egoístamente
multiplicar para regocijo únicamente suyo, ya que aquí a nadie le causa
impresión o sorpresa.
Que sea ésta hoy, la prueba fehaciente que viva eternamente para recordárselos: A continuación convengo a presentarles a su hermano Andy Warhol y a su obra, idéntica a la que ustedes han creado, él seguramente estará complaciente de ver una imitación tan excelsa de su trabajo. Con esto espero que no vuelvan a incidir jamás en aquella idea pueril de abandonar estos cielos, mejor vayan con Andy a realizar oración y a ver si juntos logran invitar a su hermana Marilyn, realmente me complacería que consiguieran bajarla de aquella nube.
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