Desquiciante
música electrónica en altísimos decibeles, locos disfrazados de hadas y faunos, chicos drogados bailando ininterrumpidamente
por días… esto era lo que constantemente llegaba a mi mente cuando alguien
mencionaba la palabra “RAVE”.
Siempre fui severamente
juiciosa respecto a este tipo de eventos, tal vez porque muy en el fondo me
aterraba caer en la tentación de tomar LSD o peyote, y que me diera por bailar
como si estuviera dándome un ataque epiléptico para después salir corriendo
encuerada y aullando con los lobos bajo la luna llena… manchando así mi estirpe
y provocando el desprecio de mis pulcros y correctos padres. Lástima que con la
edad los padres dejan de tener tanto peso (en realidad creo que todo va
perdiendo su “gravedad”) y la mente y otras cosas comienzan a abrirse de formas
insospechadas, dando pie a que lo inimaginable comience a ser una opción bajo
el tedio de la maldita rutina.
Así que el
pasado mes de noviembre, logre armarme de valor y respondí con un: ¡sí, acepto!
a una invitación de esta índole, y vaya
que aquellas palabras fluyeron sin el menor recato. Como ya he mencionado, la
culpa la tiene la edad; es ese acercamiento a <los infames 30´s> los que asintieron, (así que si me ven fumando
crack a los sesenta, por favor no se espanten) y bueno también ayudó que el ser
que me invito, es un músico (primitivo y hermoso) que prometió tratarme como si
fuera de la realeza, ya saben: VIP…
El rave, duraría tres días: viernes, sábado
y domingo, la sede Tepoztlán y yo viajaría
junto con él y con los otros integrantes de su banda, por lo que mi estatus cambiaria
también a la de una rockstar. Me puse
a buscar la ropa más alternativa que encontré para lucir muy <ad hoc> con el mude del lugar, por lo que opte por un top de estampado
psicodélico, unos jeans y unas
botitas de esas flats muy chick (la
comodidad ante todo). Pasaron por mí e iniciamos el recorrido, cabe mencionar
que el auto era uno de esos mini compactos con tres centímetros de cajuela, por
lo que los instrumentos abarcaban casi todo el asiento de atrás, y entonces tuve
que viajar toda apretujada casi saliéndome de la ventana, oliendo a puro sudor
y marihuana (entre otras cosas peores) y escuchando guarradas por cada minuto que pasaba.
Cuando llegamos
a Tepoz nos informaron que ahí no había nada, que el rave estaba en un cerro de Chalcatzingo Morelos, y como obviamente nadie
sabía llegar tardamos dos horas en dar con el mentado lugar y de hecho en una
de esas casi llegamos hasta Puebla, pero gracias a los buenos cristianos del
rumbo logramos dar con el cerro, aunque ya ahí tardamos otra hora más en lo que
los organizadores dejaban pasar el carro y hacían el registro, finalmente vieron
que todo estaba en su lugar y entonces penetramos en el mítico lugar…
Lo primero que
vieron mis ojos fueron casas de campaña, ¡había casas de campaña por todos
lados! Nos estacionamos y los rockstars
dijeron: -¡bueno, pues ahora todooos hay
que ayudar a bajar las cosas y armar las casas de campaña!- En ese momento supe
que mi glamour estaba perdido y que no lo recuperaría hasta que saliéramos de
ahí. Naturalmente me ensucie de tierra y de grasa, pero me alegré de contribuir
porque todos parecían sumamente amorosos y sonrientes, y yo no podía desentonar
con aquella linda y hippiesca ilusión.
Lástima que cuando fui al baño surgió la pesadilla literalmente del escusado, o
más bien de las letrinas asquerosas y sin papel ni jabón ¡cuando les juro que
él me había prometido hasta regaderas!. Lógicamente regrese enojada, pero como faltaban
pocas horas para que mi prospecto tocara no podía hacerle una escenita; el
grupo comenzó hacer el soundcheck y
yo me quede sola como una ostra, por lo que me di a la tarea de investigar más
a fondo el lugar…
Aquello que
había imaginado era cierto, literalmente encontré elfos y hadas entre otras
creaturas extrañas, nadie se veía fashion allí,
pensé que el tutu naranja que usaba a los 6 años para hacer ballet
hubiera sido la mejor opción, pero ya era muy tarde. Seguí caminando y me
detuve a observar a varios dudes haciendo fuego, malabares, telas, también
encontré un tipi gigante que por dentro tenía una especie de galería con
dibujos de calidad cuestionable, pero lo más impactante fue encontrarme con un
intento de área de fast food, en donde había estands de comida, ubique que
estaba el de amore amore y el de falafelito, de pronto la condesa se me
apareció ahí en pleno cerro, y como a los músicos les dan unos papelitos para
que los intercambien por comida y chela (y obvio yo exigí los míos) me dispuse
a empacarle con singular alegría, ¿pero cuál fue mi terrible sorpresa al llegar
a las pizzas?, ¡que solo vendían vegetarianas!, todo allí era vegetariano, hice mucho
berrinche pero acabe por asimilar que definitivamente el lado hippie del
capitalismo es más perverso de lo que muchos imaginan, y que la única carne que
encontraría allí seria la humana, por lo que recordé que mi amado músico estaba
por tocar, entonces después de empinarme dos chelas de fondo, corrí lo más
rápido que pude a su lado.
Cuando llegué
ya estaban tocando y en todo el tiempo en el que estuvieron sobre el escenario nunca
supe cuántas rolas llevaban tocando ni en qué momentos pasaban a la siguiente
rola, porque como el grupo no tenía vocalista ni hacían cortes aquello era algo
de lo más extraño, pero no me importó y me puse a bailar hasta adelante lo más sexy que pude para
opacar a las grupies.
Después de
unas dos horas se bajaron y después de felicitar a mi amado le pregunte que qué
demonios era lo que habían hecho allá arriba y me contesto con una aire de
grandeza que aquello era pura y sagrada improvisación, riendo le dije que no
podía creerlo, que eso no significaba un esfuerzo real ni tenía chiste, por lo
que muy enojado, se limitó a mirarme como si yo fuera la creatura más estúpida
del planeta (seguro cambiaria de opinión cuando descubriera las pizzas
vegetarianas). Una vez más los ayude a bajar los instrumentos del escenario y
los llevamos a las tiendas de campaña, cuando terminamos me percaté de que
todos se estaban metiendo en ellas, me dijeron que querían dormir un poco
porque aquella improvisación de dos horas los había dejado exhaustos, ¡No podía
creerlo!, aquellos no eran rockstars, por lo que tristemente contemple la
posibilidad de quedarme sin comer ningún tipo de carne durante aquellos tres
días, y entonces le dije que por ningún motivo me metería ahí a dormir y que si
cambiaba de opinión me fuera a buscar en alguno de los escenarios, me puse en
marcha y jure que me alcanzaría, pero no lo hizo y lo único que escuche tras de mí fue el ruido del ziper que cerraba la
tienda.
El reloj
marcaba las 2 am y yo sentía que la noche era demasiado joven, compre otra
chela y me fui al escenario principal. Sentí miedo, la decoración tanto del
escenario como de la carpa era de lo más exótico, con formas geométricas parecidas
al arte huichol y con colores fosforescentes que daban un toque de locura a lo Alice in wonderland, la masa bailaba sin
control, aún no estaba lista para saltarme.
Decidí moverme
y entonces junto a un campamento grande encontré una carpa pequeña en donde no
se escuchaba nada de música, entré y era un pequeño museo con pinturas y
esculturas sin duda bastante psicodélicas, me gustó aquel ambiente más
tranquilo y de reflexión, después de mirar detenidamente cada una de las obras,
salí de la carpa más relajada y regresé a la carpa en donde había tocado el
grupo por el que me encontraba yo ahí. Se escuchaba un reggae muy accesible
para mis odios, mi cuerpo se sintió muy cómodo con aquella música y me quede
ahí bailando y sonriendo de forma exquisita. Se empezó a prender más el
ambiente y sentí en mi espalda las manos de mi amado, esa noche, en realidad
esa madrugada fue perfecta.
Nos acostamos
y al día siguiente desayunamos en la zona de los artistas, todos ayudaban a
servir la comida y después a lavar, mientras comíamos todos sonreíamos y platicábamos
de cualquier nimiedad, todos fuimos en ese momento una hermosa comunidad que no
dejaba de tener un toque VIP.
Los grupos de distintos géneros y los djs siguieron transitando por los escenarios y mis acompañantes decidieron emprender
el regreso a casa, no objeté, pero hubiera querido gritar que quería quedarme a
vivir ahí por siempre. Sin embargo el peso de la realidad fue cayendo poco a
poco sobre mis hombros en medida en que fuimos transitando por la carretera.
Y me fui sintiendo bien, muy bien, porque aquel fin de semana siempre me recordará que es posible lo que siempre nos han dicho que no lo es: un mundo pacífico, relajado y armónico, en donde los placeres no conllevan a la tragedia, sino a todo lo contrario. Y aunque esto tan solo sea posible por un fin de semana, confío en seremos capaces de alargarlo poco a poco, aunque sea de forma lenta, mientras tenga la naturalidad de la tortuga.
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